Era otro bosque.
Algunos dicen que tenía mil nombres.
Y con las fauces heridas,
el lobo reía.
En la senda verde y nueva de la vida,
la zorra vino de noche
y con sonrisa sibilina,
se unió a mi trote.
Dime de dónde vienes.
Enséñame tus huellas errantes.
Que mi pena se vuelve grande
Y me reconfortan tus dientes.
Y el lobo aceptó complaciente,
Y del cajón de su alma halló la llave.
Un aullido de calma, llegó al instante.
Que dejó su corazón caliente.
Y la zorra yació a su lado.
Dejo que el lobo lamiera sus heridas.
Y el río de lágrimas vacías
quedó un poco más saciado.
El lobo añoraba la caza y la sangre.
Añoraba el olor de la ambrosía.
Y propuso a la zorra un trato
Que por la mañana romperían.
Mas la zorra sus pezuñas lamía,
Y de compañeros de viaje,
sólo entendía.
Tu huella será la mía.
Mas mi senda se terciará salvaje,
Si me despojo de esta cruel cobardía.
La que me aleja de mis anhelos
Y llena mis noches de melancolía.
La que permite que cuestione
Si es verdad lo que ardía.
Y la caza de una noche
Llenó su manto blanco de lágrimas.
Por no saciar su ansia,
Batió las alas del autorreproche.
Y el lobo aulló su nombre
Porque sintió la llamada del hambre
Porque por uno o un millón de instantes
Su luz eclipsó las flores.
Y ella enferma de miedo
Dejó la caza en brazos de otros senderos
Que intuía serían los más certeros
Para poder alcanzar el cielo.
Y la luna nueva llovió de pena.
Y la zorra besó los ojos de plata del lobo.
Porque juntos no hallarían el gozo
De vencer la eterna condena.