sábado, 27 de febrero de 2010

Mensaje de amor



A tu lado las sombrías penumbras aletargan su paso, los desdenes del tiempo encuentran su antagonista y la brisa de la esperanza se torna zalamera y cálida.

Un desdibujado reflejo de mi ser es tu combustible. Como una quimera cadavérica me retuerzo a tu alrededor, implorando tu poder y tu, sabedora de tu hacer, lo devuelves multiplicado por dos.

¿Qué tendrán tus ojos de color miel que me salpican de bondad? ¿Qué tendrá tu dulce piel que calma mi ansiedad?

Y si me encuentras al borde del precipicio, con la calma por sombrero y el alma en un pañuelo, me retienes en los bordes de la cordura, implorando un suplicio, besándome el dolor.

Por favor no te alejes nunca, no te pierdas en mi sin razón. No te olvides cómo eres, por que sin ti, no tengo perdón. Si me faltases la pena habitaría mis huesos, las lágrimas rodarían vacías de pasión y el tiempo se volvería frío y gris.

Y con todo esto, te canto un mensaje de amor, que debí darte algún día, que guardaba esquivo en alguna esquina y que tardó en llegar a mi corazón. Lo envuelvo con un poco de sentimiento, algo más de locura, una pizca de valentía y toda la verdad que pude encontrar.

domingo, 21 de febrero de 2010

El café


Mientras camino hacia el lugar acordado, me siento nervioso. Las manos me sudan y empiezo a notar que de un momento a otro pasará lo mismo con mi frente. Respiro profundamente y no disminuyo mi paso. Al fin y al cabo lo he estado esperando durante tanto tiempo que resultaría zafio e incluso infantil retirarse ahora.

El bar se encuentra bastante concurrido, a razón del trasiego de gente que entra y sale por sus antiguas puertas. Cruzo la calle conteniendo la respiración. El aire es frío y eso alivia mi intranquilidad. De ser verano, seguro que ya estaría empapado. No hay mesas fuera, pero el espacio sigue reservado mediante unas vallas, como si en cualquier momento, a pesar del tiempo, fuera a ser ocupado.

Tras una amplia cristalera, por fin, puedo contemplar el interior. Es un café antiguo, con mesas pequeñas y redondas, de mármol y pies de hierro forjado. La gente habla animosamente y el escándalo trasciende de los límites del café. Por un momento pienso que quizás no sea capaz de reconocerla. Al fin de cuentas sólo he podido ver un par de fotografías suyas, obtenidas tras mucho empeño y casi vendiendo mi alma al diablo. Ella, sin embargo, me tiene muy visto, más incluso de lo que sería decoroso contar.

Pero no me puedo equivocar. Mis ojos ya la han encontrado. Sola, observando a la gente de su alrededor y de vez en cuando su reloj. A pesar de lo que siempre ha dicho, me parece muy guapa, y más aún sin la nimia tecnología, que tanto nos ha separado. Me entra un ataque de pánico. ¿Qué pasaría si me fuera ahora? Podría poner cualquier excusa. Quizás que al final no pude pasar por la ciudad. Quizás eso funcionaría, sí. Y que no la pude avisar con tiempo. El nudo en mi garganta empieza a ser cada vez más tenso. ¿Y si no soy cómo ella espera? ¿Y si cree que mi voz y mi conversación son horrorosas? Al fin de cuentas ella a penas me ha oído, sólo una fingida intrusión en su mundo de relatos hablados, que tanto me engatusó. Y no es lo mismo hablar que escribir. Para mi, es más fácil escribir, no sé qué pasará teniéndola delante.

Ya es tarde. Me mira complacida de encontrarme tras esa enorme cristalera. En sus ojos puedo leer agrado y ningún atisbo de nerviosismo. Con un gesto me invita a entrar. Ya no hay vuelta atrás. Entro pausadamente, no quiero que note mi inquietud, y me acerco a su mesa.

-Hola, ¿cómo estás?- le digo escuetamente. Ella me responde con dos besos en mi cara. Notar su tacto es incluso más agradable de lo que esperaba. Me encuentro tranquilo ahora.

-Creí que ya no venías- dice, y no se si tomármelo cómo un reproche o como una amenaza.

- Te he de confesar que, a pesar de desearlo, he tardado en encontrar las fuerzas para venir.

- ¡Tranquilo, que no te voy a comer! – ríe y su risa me tranquiliza aun más. – Sólo hemos quedado para tomar un café y hablar. ¡Ya verás cómo te cansas de oírme hablar!- y vuelve a reír.- ¡Bueno, claro está, a menos que tu quieras que te coma!- concluye y su risa se transforma en una carcajada, aunque sus ojos color miel contienen un brillo acerado.

A mi me da por reírme también, uniéndome a su estruendosa carcajada. Cuando acabamos de reír ella pone su mano sobre la mía y me mira con ojos tiernos.
Sé que la tarde va a ser cómo esperaba, o incluso un poco mejor.

sábado, 20 de febrero de 2010

Desánimo



Las nubes se levantan. Y a pesar de parecer que estoy con amigos, en realidad estoy sólo. Siempre lo he estado. Los conocidos no han hecho muesca en mi alma. Se podría decir que no tengo amigos, sólo personas que se encuentran a un cierto nivel de mí. Porque en el núcleo, donde reside mi verdadera esencia, no habita nadie más que mi desánimo. Y si alguna vez hubo una persona que llegó a atravesarlo, pasó con tal fuerza que lo traspasó, y se quedó orbitando a mi alrededor, imposible de acercarse más.

Miro el reloj. Ya es demasiado tarde. Tarde para empezar de nuevo, con todos esos pequeños satélites a mi alrededor. Tarde para perder el sueño sin realmente hacer nada. Me pregunto por qué me sentiré tan mal y porqué seguiré escribiendo. Quizás aclare mis ideas, aunque no creo que vaya a solucionar nada.

En otros tiempos noveles, esto parecía otra cosa. Se me antojaba que podría encontrar el contacto humano que tanto ansiaba, pero no hay contacto a este lado del teclado. ¿Debería romper las pantallas de la comunicación y arrastrar a los satélites conmigo? No lo creo, no cabrían y se despedazarían por el camino. No puedo hacerles eso. Además ¿y si no encuentro lo que busco al otro lado? Me quedaría aún más sólo. Desde mi atalaya ni siquiera los satélites contemplaría, sólo las estrellas lejanas, pequeños destellos inalcanzables.

martes, 16 de febrero de 2010

¿Cómo me amabas?


¿Cómo me amabas? Debajo de la puesta de sol, tu rostro blanco me contestaba.

¿Cómo me amabas? Con todo mi alma en medio de un ciclón de lava.

¿Cómo me amabas? Mi cara en la tierra húmeda tus pies besaba.

Y después de todo, mi rostro, tu alma y tu cara, como el viento que me arrullaba, gemían en silencio odas de plata y cantaban, con toques melancólicos, himnos de oro.

Dime lo que piensas en tu oscuro destino, dime lo que ves que no logro predecir.

Cuéntame lo que supiste apreciar, lo que en tus solitarias horas llegaste a vislumbrar. Que si el día se hace frío y la noche larga, que si tus misterios son los míos y tu piel me abarca.

Retenme a tu pecho y envuélveme de sal, quítame el sol y me dará igual. Clávame a tu espejo, mantenme a tu sombra o rehaz tu estrella a la luz de otros cuentos.
Ámame una última vez antes de que ocurra, ámame con pasión como nunca, ámame y déjame después que te ame en la penumbra

miércoles, 10 de febrero de 2010

Perdona


Acércate a mis labios
Y escucha lo que siento:
Un suspiro en medio de tu voz
Una pausa en tu fiel amor
El abrazo que pierdo
y el miedo al cambio.

El aire se lamenta de mi silencio
El frío me envuelve solitario
El alba llega temprano
Y tu meces con tu mano
El llanto temerario
De éste, mi momento.

¿Por qué todo debe acabarse?
¿Por qué esta triste vida
Se me antoja baldía?
¿Por qué debe equivocarse?

Me envuelvo en el recuerdo
De tus dulces abrazos
De tus suaves besos
Ya me siento sin peso
Flotando como un colgajo
Echándote de menos.

Pierdo algo más que un compañero
En este viaje sin retorno
Pierdo la mitad de mí
A la que nunca conocí
Perdona por mi tono
Pero ya eso me importa un bledo.

sábado, 6 de febrero de 2010

Niña triste



Miraba con los ojos para adentro, hacía su alma. Buscaba un atisbo de lo que en un tiempo ardió, pero no lo hallaba. Y de tanto mirar para adentro sus ojos empezaron a sangrar lágrimas, y de tanto dolor el alma se le heló. Fue como una interrupción de su vida, un volumen que descendía hasta los confines del desanimo. Y exclamé con fuerza desde lo más profundo de mis sentimientos:

“Niña, vuelve tus ojos y mira hacia el exterior.”
“Niña querida, deja que mi dedo enjugue tu llanto.”
“Niña mimada, que con la pena espantas la alegría.”

Pero ella no respondió. Se quedó dormida en su interior, meciéndose con el dolor. Ahogando suspiros de desgarro.

“¿No ves que no lo merece?”
“¿No presientes que habrá más?”
“¿No me haces el favor de escuchar?”

Y con la mañana fría llegó su espanto y con su espanto, el desgarro, y con el desgarro el dolor terminó.

miércoles, 3 de febrero de 2010

El verdugo



La luz es tenue, a penas un pequeño destello entre las sombras de la celda. Pero me basta para apreciar tu rostro. Tu serena mirada me cautiva con los ojos de una princesa, quizás no de una real. Tus labios me incitan a besarte. Ojala esta luz no me permitiera verte. Ojala mis ojos no derramaran lágrimas y que todo el mundo pudiera apreciarte a través de los mismos. Me da igual lo que hayas hecho. Nadie merece tu sino. Esta sociedad se me antoja cruel y reclama venganza más que justicia.

El alba saluda con su mano cálida y espanta el frío de la celda, pero no el de nuestros corazones. Te miro por última vez con los ojos de un hombre, un hombre que adolece de amor. Y me enfundo mi capucha, con la que te conduciré a tu condena, porque ese es el trabajo de un verdugo. 

Espero que no me flaqueen las fuerzas en el momento postrero, y de un golpe libere tus ataduras y te evadas. No me importa lo que me ocurra a mí. Seré libre de mi destino. La furia de los hombres ya no será mi camino.