sábado, 30 de enero de 2010

La vela



La última vela se apagó propagando un halo de humo negro fugaz. Me quedé mirándola. Quizás mis pensamientos deberían hacer lo mismo, pero las lágrimas que se lanzaban inexorablemente de mis ojos, que nacían en lo más profundo de mi atormentada alma, me impedían distanciarme. La claridad de la tímida luna se introdujo por la taciturna ventana, cambiando las formas y el tono de aquella estancia. De entre las sombras, la proyección de tu impávido cuerpo sobre la fría pared sobresalía como un acantilado sobre el mar bravío. Me imaginé navegando en un barco al acecho de tu esencia, buscando el faro de tus ojos en medio de la tormenta.

No me acordaba de cuanto tiempo mi ajado espíritu yacía en aquella frígida silla, pero no me importaba, ya nada era significante. Tus purpúreos labios me recordaban cuantas veces te había besado, cuantas veces los escalofríos recorrieron mi dorso, envueltos en tus manos. Me acerqué a ti y contemplé tu rostro, dulce y blanco, salpicado de ternura, en tu invierno más largo. Mis dedos acariciaron tu sien, bajaron por tu mejilla, exploraron tu gélida piel. Anhelaba el calor de tu alma y el arrojo de tu corazón, pero aquello era una apacible quimera. Los días de añoranza llegarían a mi ser, como la nieve a la montaña.

Una escurridiza lágrima, pecadora de esperanza, se abalanzó hacía tu cara, impasible al desánimo y bañó tus ojos cerrados. Creí que la habías sentido, creí que decías ni nombre, que por tus inanimados labios la brisa de tu voz se escabullía como el agua de la vida entre mis manos. Pero la despiadada realidad, con su voraz apetito, engulló mis frustradas ilusiones, una vez más.

Velándote, siempre junto a ti, en nuestro comienzo y en tu fin, sólo pude llorar al volver a contemplar lo que quedaba de ti, helada figura de la mujer que amé y conocí.

jueves, 28 de enero de 2010

Declaración




Carne trémula, blanca y roja, suave y ardiente que me maravilla y me enloquece.

Delicada espuma de agua marina que ilumina mi sendero en mis noche soñadas.

Azul del cielo roto salpicado de tiernos soles.

Embriaguez de escándalo verde e ídolo del lamer escondido, me pierdes.

Arena ahogada, suspiro del llanto que me causas.

Boceto entregado al aire, pájaro durmiente, enclaustrado en mi mente.

Rosa espinada, veneno en mi almohada.

Cúmulo de sensaciones, causa probada.

Ardiente fuego que quema, cuchillo que corta mi sien.

Avatar perdido de calma, furia pactada después.

Olor que embota mi ser, cantos de sirena al revés.

Me llamas, me atronas, me pierdes, me embelesas, me fascinas, me causas…placer.

martes, 26 de enero de 2010

Elementos de mi noche




Aire, cabalga conmigo.

Y muéstrame el camino.

Agua, dame tu sed.

Y mantente fiel.

Fuego, enfría mi pasión.

Y rómpeme en dos.

Tierra, hazme volar.

Y libérame del mal.

Cuatro, unidos y vivos

Ungidos de poder divino

Los aclamo en mi vacio

Y espero sentirlos conmigo,

en mi ultimo destino.

domingo, 24 de enero de 2010

El cambio




Me miro en el espejo y descubro algo que no esperaba.
Ese vello facial se ha transformado en una poblada barba, y mi larga melena en una incipiente calva.
No puede ser.
Me lavo la cara otra vez, pero la imagen vuelve a ser la misma, y ahora el agua gotea por mi barba.
Miro horrorizada a donde antes estaban mis pechos.
¡Que desperdicio de dinero, gastado en alguna impura operación, al amparo del mirón, que antes rondaba mis huesos!
Para colmo de males, mi ropa es desastrosa.
Un pijama roído, frío y mugriento abraza ahora todo mi cuerpo.
Pero, oh, sorpresa, que lo que siento en mi entrepierna, no es otra cosa, que lo que otrora anhelaba hambrienta.
Y la toco con pasión, y ella responde obscena ante mi caricia.
¡Que maravilla!
Sentirla en mi mano y en mi mente a la vez, ahora estaba conforme.
Se vuelve firme como bastón de mando y mis propias caricias me incitan a seguir probando.
Entiendo el placer masculino por primera vez en mi vida y mi brazo ataca incompasible ese trozo de carne. ¿Pero que siento ahora?
Algo en mi está naciendo.
Son arañazos de satisfacción lo que estoy sufriendo.
Y al final exhorto mi gozo en mares de absorto.
Y me relajo y pienso que igual no está tan mal el cambio.

jueves, 21 de enero de 2010

¿Quien?




¿Quien pudiera abrigar tu frio?
¿Quien pudiera perderse contigo?
¿Quien es el afortunado por el que tu pluma llora?
¿Quien es el que por las noches llena tu alcoba?
¿Quien hace que tu cabeza vuele?
¿Quien te embriaga y besa tus mieles?
¿Quien pudiera darte calor?
¿Quien? Sino yo.

martes, 19 de enero de 2010

El mojito




Era una noche de sábado como otras tantas. Mis amigas y yo solíamos ir de copas a una zona de pubs y cuando cerraban nos íbamos a una discoteca para seguir la fiesta. Ese día no me apetecía mucho salir pero los pendones de mis amigas me convencieron, diciendo que me buscarían a algún guapetón para mojar. Yo no estaba por la labor, aunque tenía el consolador bajo de batería. No podía evitar usarlo constantemente, era como una perra en celo y mi lujuria se había desatado esos últimos días. Así que me vestí discretamente, con unos vaqueros y una blusa, y decidí darle gusto a mis amigas, aunque la que buscaba el gusto fuera yo.

Fuimos toda la noche de pub en pub y mis amigas no dejaban de invitarme a copas, sin duda querían que me emborrachara. Yo cada vez sentía más calor y mi cuerpo se desataba en bailes pasionales al ritmo de música caribeña. En el último pub donde fuimos me fijé que había gente de color, solía ser un lugar donde los cubanos de la ciudad acudían a pasarlo bien bailando y tomando ron. Pasando por la puerta no pude evitar fijarme en un moreno que estaba junto a ella. Nuestros ojos se cruzaron un segundo y yo sentí un extraño fuego en la entrepierna. A pesar de ser alta, alrededor de 1,80 metros, su mirada cuadraba con la mia, y se quedó mirándome detenidamente.

Nos acercamos a la barra a tomar la penúltima copa y cuando estaba pidiendo sentí una mano en mi hombro. ¡Dios mío, era el! Me giré acalorada y haciéndome la dura le pregunté que quería.

-“Mira, peldona.”- su acento cubano me embriagaba-“Es que te he visto tan guapa y me preguntaba si querías bailar”

Su atrevimiento al mismo tiempo me molestaba y me excitaba. Me quedé mirando su cuerpo, se intuía bien moldeado bajo su ropa y le dije que no me interesaba. Mis amigas en seguida acudieron a preguntar. Me incitaron a ir con él, se alegraron de que hubiera ligado con aquel morenazo, pero yo no quise dar el paso, a pesar de que mi coño ya hacía rato que me lo estaba pidiendo.

Pusieron buena música y me dejé llevar. Bailaba alocadamente, sintiendo la música dentro de mí, no en vano, mis amigas dicen que bailo también que podría ser cubana. Y entonces le volví a ver, bailando. Sin duda había buenos bailarines en ese local, pero él destacaba por la sensualidad y erotismo de su baile. Me hice la despistada, pero mi coño estaba palpitando y mojado, y seguí bailando. Se dirigió hacia mí bailando, hasta casi estar a mi lado. Los dos bailamos solos pero con movimientos insinuantes. Entonces cambiaron la canción y me tomó de la mano para bailar con él. Yo ya no podía evitar la situación y comencé a bailar con él sensualmente. Mis amigas se quedaron mirándonos boquiabiertas. En mitad de la canción me di la vuelta y pasé mi culo respingón por su paquete, ya la tenía dura, y por primera vez esa noche pude comprobar lo grande que la tenía.

Acabamos el baile y se presentó. Yo también le dije mi nombre y le presenté a mis amigas. Nos comentó que tenía entradas para una discoteca de salsa y si queríamos ir. Mis amigas me miraron picaronamente y aceptamos. Fuimos cada uno por nuestra parte y yo no podía quitármelo de la cabeza. Como se movía, secretamente deseaba que follara igual de bien. Recordé el tamaño de su polla en mi culo y noté que mis bragas estaban completamente empapadas. Mis amigas no pararon de hacer comentarios jocosos sobre mi moreno nuevo amigo.

Ya en la discoteca tardamos un rato en encontrarnos, tiempo que aprovecharon mis amigas para endorsarme otra copa de ron. Pero cuando lo ví, me volví a dejar llevar por el ritmo de la música y me agarré a él desesperadamente. Bailamos pasionalmente. El aprovechaba el baile para tocar mis pequeños pechos, que asomaban discretamente entre mi blusa. Yo me arrimaba a él y rozaba con mi pierna su polla. Estábamos los dos muy cachondos. En un momento en que nuestras caras se juntaron me besó, abrió su boca y nuestras lenguas se buscaron furiosas.

-“Quielo haselte mia”- dijo, con su acento cubano, y yo me derretí.

Me tomo de la mano y me llevó fuera de la discoteca. La calle estaba solitaria a esas horas de la noche, todo el barullo se encontraba dentro de la discoteca. Mientras caminábamos hacía un callejón cercano nos íbamos besando. Sus manos rozaron mis pechos. Mi mano fue directamente a su polla. La tenía muy grande, como un negro la debe tener. Sí, me gustaban los hombres negros. Tan excitantes, con una buen rabo. Mis bragas estaban completamente encharcadas.

Cuando entramos al callejón de al lado, comprobamos que una farola estaba averiada y funcionaba intermitentemente. No pusimos debajo de ella y comenzó a tocarme el coño por encima de los vaqueros. Mis manos recorrían su pecho, mientras nuestras lenguas se agolpaban en nuestras bocas. Le sobaba el rabo por encima de los pantalones y le bajé la bragueta para hacerme dueña de ese rabo. ¡Madre mia! Cuando lo vi se me hizo el coño y la boca agua. Mediría cerca de veinticinco centímetros, aunque no llevaba nada para medirlo en aquel momento. Jamás había visto una polla tan grande y tan… negra.

Le empecé a pajear, primero despacio, mientras oía sus gemidos, y luego velozmente. El me bajó los pantalones y las bragas rápidamente, compulsivamente, casi rompiéndolos, hasta la altura de la rodilla, y me tocó el clítoris. Sentí un escalofrío y gemí y aceleré el ritmo de la paja que le estaba haciendo a aquella magnífica polla. El negro me metió un dedo, que entró muy fácilmente, y luego dos y hasta tres, que entraron con la misma facilidad, y empezó a pajearme. Estaba excitadísima y me corrí dando voces y gemidos. El lo notó y me miró sonriendo con cara de satisfacción. Entonces me empujó hacia el suelo y caí de rodillas. Me dolieron, pero no me importó porque me puso enseguida la polla en la boca. Era magnífica, no sabía si me iba a caber toda, pero aún así intenté meterme todo lo que podía. El gemía viendo la situación. Se la llené toda de saliva con la lengua, bajé hasta sus huevos y se los devoré con énfasis, mientras con la mano le seguía pajeando. Luego subí por todo el mango hasta su capullo y se lo succioné ávidamente. El parecía estar en otro mundo. Un mundo de placer, que le estaba proporcionando mi lengua. Seguí chupando su polla, arriba y abajo, intentando meterme lo que podía. Era preciosa, toda cubierta de saliva. Noté que ya no podía más y con un movimiento hizo que me detuviera. Me tomó la mano, me levantó y me empujó contra la pared. Me puse dándole el culo y el puso su polla en la entrada de mi coño. Yo, a pesar de haberme corrido, seguía excitadísima.

-“Métemela entera cabrón. Métemela ya.”- le grité

-“Como quielas, mi amol.”

Y de un solo golpe me la clavó hasta los huevos. Sentía mi coño totalmente lleno, imposible de huir de sensaciones contradictorias. Me dolía, pero era un dolor sumamente placentero. Sin previo aviso siguió metiéndomela, una y otra vez. Me estaba atacando por la retaguardia con una munición de pollazos, y mi coño se estaba volviendo como un río desbordado. Los movimientos eran cada vez más fuertes y notaba su polla perforándome las entrañas. En un momento de extrema excitación me cogió mi morena caballera y estiró de ella. Aquella, me puso más cachonda y noté que otro orgasmo estaba llegando. Grité como una loca.

-“Si, si, me corro, me corro. Estás haciéndome correr otra vez, negro cabrón”

El negro cabrón siguió dándome bien mientras me sujetaba el pelo y resoplaba como un caballo.

-“Si te estoy dando bien puta blanquita. ¿Te gusta que te folle un neglo, eh, puta?

Aquellas palabras me pusieron de nuevo cachonda, y no sabía si iba a ser capaza de correrme otra vez. Pero en mitad de este pensamiento sacó su polla de mi coño, que rebosaba flujo, y me hizo dar la vuelta. Con un fuerte movimiento me hizo agacharme otra vez, y mis doloridas rodillas se quejaron. De su rabo empezaron a salir rios de leche. El primero me dio en todo el ojo. Escocía. El segundo en el pelo. El tercero y el cuarto en la boca y la barbilla, y del resto perdí la cuenta, porqué cerré los ojos y me dediqué únicamente a disfrutar. Notaba su semen por todas partes y me encantaba, con la lengua iba recogiendo lo que podía y lo saboreaba en mi lengua. ¡Que delicia!

-“Ahí tiene tu leche blanca, puta. Disflutala”- decía el negro entre gemidos.


Cuando acabó de correrse el negro, abrí los ojos. Vi su polla resplandeciente, recubierta de leche, y quise probarla. Me la metí en la boca y se la limpié bien. Luego nos limpiamos y nos arreglamos y volvimos a entrar en la discoteca, donde nos esperaban mis amigas.

domingo, 17 de enero de 2010

Un Nuevo heroe

Nunca quise enfundarme una piel como ésta, ni presentarme ante la gente como algo que no era, pero aquella noche, temblando de frío y de emoción, me arrojé a un vacío que supuse sería cercano.





Nací en un pequeño pueblo, colgado entre montañas y abierto sólo por un pequeño valle de un río ya olvidado. Sus casas blancas se enredaban entre las rocas de las montañas como mi memoria se enreda ahora con esos recuerdos. El brillo del sol y el olor del campo, que furtivamente se acercaba a mi hogar, son los únicos recuerdos que guardo, momentos felices que me hicieron lo que soy hoy en día, y que espero no olvidar jamás.

Mientras los chicos de mi edad se aferraban al sueño de escapar de allí, yo crecí con el convencimiento que encontraría la felicidad sin buscarla, sin marcharme de aquel pueblo, explorando sus rincones y trabajando en lo que siempre había hecho mi familia.

Con el paso de los años, y tras decir adiós a varios buenos amigos y alguna que otra muy buena amiga, me di cuenta que mi futuro sería sombrío si permanecía allí. Mi familia había ido poco a poco despareciendo para mi infortunio, hasta que me quedé solo, regentando la vieja casona familiar, cuyos vastos muros de piedra me retenían anclado en la nostalgia.

Así que un buen día me despedí de los pocos vecinos que quedaban en el pueblo, viejos que detenían su último aliento haciendo lo que siempre habían hecho, huyendo de un sino pactado. Cogí los ahorros que poseía, y con mis pobres posesiones me enrolé en una aventura incierta: encontrar fortuna en la gran ciudad.

Aquel amasijo de hierro, asfalto y hormigón me conmocionó. Personas a millares deambulando sin razón, sin hablar unos con otros. El poder de aquel infierno urbano era asombroso para mí, me tenía aterrado e hipnotizado a la vez.

Me coloqué como pude en un pequeño taller mecánico, en el pueblo siempre había sido mañoso con las máquinas que siempre andaban estropeándose. Una vez le dejé el tractor de un vecino casi como nuevo.

Busqué residencia en una modesta pensión, más cerca de una celda que de la mansión que para mi era mi antiguo cobijo, pero no me podía quejar porque era lo que podía permitirme.

Aún así los días pasaban y sentía que no había tomado la decisión correcta, me sentía más cerca del desánimo que de buscar un sueño, y así a punto de tirar la toalla y regresar a mi hogar sucedió algo que me hizo cambiar para siempre.

Caminando por una apartada calle, camino a donde mis huesos descansaban, observé como en una casa cercana un pequeño humo se levantaba. Rápidamente, para mi sorpresa y para la de residentes de esa vivienda, el humo se tornó llama encolerizada y el fuego empezó a devastar la morada.

Unos gritos de auxilio eran lo único que pude escuchar y lo único que me empujó a hacer algo, que en otro momento podía haber calificado de pura locura.

Con mi buzo de trabajo aún puesto y armándome de valor, tomé una vieja lona que yacía cerca, en un callejón, y cubierto con la misma y la boina que del pueblo me traje, me arrimé a las entrañas de aquel fuego salvaje que reclamaba una pronta solución.

Nunca quise enfundarme una piel como ésta, ni presentarme ante la gente como algo que no era, pero aquella noche, temblando de frío y de emoción, me arrojé a un vacío que supuse sería cercano.

Y los gritos desgarradores de aquellos seres que pedían salvación animaron mis pies dentro del edificio, que amenazaba con derrumbarse.

Las llamas eran como cuchillos sobre mi ropa, el humo y el hollín cubrían todo mi ser. Pero con la cara y las manos tiznadas de negro y el arrojo como nombre, me introduje por los rincones de aquella casa a punto de desaparecer.

Localicé los gritos y sus dueños, una mujer y sus dos niños. Los agarré como pude, quizás la fuerza vino de la voluntad o de los años pasados con una azada en la mano, y cubiertos por la lona escapamos entre dentelladas de fuego.

Sea como fuere logramos alcanzar la salida de su hogar, convertido en un infierno de cenizas y calor, y allí los vecinos cercanos se arremolinaban a contemplar el atroz espectáculo.

Una ovación se escuchó cuando logramos escapar. La gente lanzaba voces de felicidad al ver que la familia estaba bien.

Miré a la mujer y a sus dos niños, que aliviados me miraban con asombro. Yo les devolví la mirada regalándoles una sonrisa de satisfacción.

Parte de la gente se quiso acercar a felicitarme, pero mi aspecto les echó para atrás. Mi buzo se había transformado en casi harapos negros, mi boina llena de ceniza y la vieja lona como manto a mi espalda se encontraba.

Al oír las sirenas de la policía y los bomberos me entró pánico sin saber porqué y huí de allí, corriendo entre las calles vacías.

Regresé a donde habitaba y me limpié, pero algo me hizo guardar esos harapos y esa lona. Aquella noche casi no pude dormir.

El día siguiente amaneció con mi retrato robot en los medios. Una figura casi de risa, pero que a la gente pareció gustarle. Un héroe anónimo y de pueblo que entre la gran ciudad había encontrado su rincón para ofrecer su humanidad.

Y así encontré mi destino. Y así un nuevo héroe había nacido para velar por la ciudad perdida: SUPERPALETO.

martes, 12 de enero de 2010

Nunca Jamás




Se despertó por una suave brisa y se encontró a sí misma dormida sobre una fresca hoja. El rocío de la mañana la había bañado y tenía las alas mojadas y pegadas. En un movimiento largo y cansino desperezó sus músculos y su boca busco en un gran bostezo el aire que su mente necesitaba. Pasó las manos por sus ojos hinchados y trató de estirarlos en una mueca cómica para ver el nuevo día.

Vio el sol radiante, dominando todo el espacio. Se percató de los grandes árboles que se alzaban frente a ella y sonrió, pensando que tal vez lo que hace grande a cualquier criatura no sea su tamaño, sino lo que yace en su interior.

Batió sus alas en un vano intento de despegarlas y parte de aquel polvo estrellado cayó sobre la hoja donde había pasado la noche durmiendo, dotándola de un brillo casi deslumbrante. Volvió a sonreír contemplando el espectáculo.

Aquel hombre, que apuraba su paso, absorto en sus ideas, con su traje gris y su pelo y su cara pulcramente arregladas, no sabía que de un momento a otro su destino podía cambiar y que los recuerdos escondidos a veces encuentran rendijas por donde salir y ser de nuevo admirados.

Campanilla se asustó al comprobar la enormidad de aquel humano que se acercaba inexorablemente hacia ella, y se arrepintió de haber pensado que la grandeza de las criaturas no estaba en su tamaño. Por un momento tuvo miedo. Sus alas pegadas no eran muy buena salvación en aquel momento y los pies de aquel monstruo, que en otros tiempos pudiera haber llamado amigo, estaban más cerca de pisarla que de ofrecerle ayuda.

Corrió al sentir el roce de aquel zapato sobre la fresca hoja, y el posterior crujido cuando quedó bajo sus pies. Había faltado poco, pero ahora se encontraba delante del monstruo, tumbada sobre el suelo, sin posibilidad de escapatoria ante un nuevo paso.

Como si algo le sujetara , el hombre paró. Una extraña sensación, y vagamente familiar, le retuvo de continuar su paso, y su prisa y sus nervios se diluyeron en su mente como la bruma de la mañana desaparecía por el sol. El hombre miró hacia abajo y al fin la encontró.

Campanilla le miró entre asustada e intrigada. Aquel monstruo parecía poder verla y aquello era imposible. Pero la cara del hombre denotaba todavía mayor sorpresa. Es más en esa posición y en aquella postura, era realmente cómica, y Campanilla no pudo evitar reirse.

-¡Ey, tu! ¿De que te ríes? ¿Sabes que no está bien reírse de los demás?- dijo el hombre.

Campanilla paró de reírse avergonzada. Sabía que tenía razón, pero entonces se enfadó mucho. Había estado a punto de pisarla, y se dio la vuelta muy enfadada.

Una descarga eléctrica en aquel hombre, en aquel cerebro olvidadizo le sobrevino, y un recuerdo largamente olvidado le vino a su mente, y su cara cambió, pareciendo todavía más tonto.

-¿Eres tu, verdad? Si, me acuerdo. ¡Campanilla, dime que eres tú!

Campanilla se dio la vuelta y miró con nueva sorpresa a aquel desconocido monstruo. Había algo en aquel ingenuo rostro que le resultaba muy familiar. Batió sus alas, que por fin se despegaron y emprendió vuelo hacia su cabeza. El aire se llenó de polvo de estrellas dorado y brillante, que mecido por el batir de sus alas, adornaban el paseo de Campanilla. El hombre se quedó maravillado contemplándolo. Absorto en ese movimiento no advirtió como, poco a poco, los recuerdos regresaban a su cabeza.

-Campanilla, ¿no me reconoces? Soy Peter, Peter Pan.

El hada hizo un gesto de sorpresa. No podía creer que aquel monstruo fuera su otrora amigo, y dio una vuelta alrededor de su cabeza para realizar una inspección.

-¿Verdad que te acuerdas de mi? ¿Y de Nunca Jamás?

En esos momentos Campanilla se atrevió por fin a hablar.

-No, no me acuerdo de ti. Me resultas familiar, pero tu no eres Peter. Peter se fue hace mucho tiempo y jamás ha regresado a Nunca Jamás.

-Si, está bien, lo reconozco nunca volví, pero soy yo.

-No, tu no puedes ser Peter. Peter nunca crecería- dijo Campanilla aproximándose a sus ojos para verlo más de cerca.

-Si bueno, crecí, y me casé y tuve niños…..pero sigo siendo Peter.

-Entonces, ¿te gustará la diversión? ¿Y la risa? ¿Y serás feliz?

-Bueno…..- Peter puso cara de pena y de estar cansado- me acuerdo que me gustaba… y que alguna vez fui feliz.

-¿Lo ves? Tu no eres Peter. Eres un adulto, que vive la vida sin diversión, y no eres feliz.

-Tu no lo comprendes. La vida no es tan fácil.

-La vida es como quieras vivirla, Peter.

-Tienes razón, dijo Peter después de meditar esas palabras durante mucho tiempo. Está bien, quiero divertirme, quiero vivir la vida. Ayúdame Campanilla a regresar a Nunca Jamás. Juntos empezaremos de nuevo.

Campanilla se echó a reir.

-Ya no puedes, Peter. Tu tiempo ya ha pasado. No se puede estar en Nunca Jamás para siempre, y tu pareces ya haber elegido. Además tienes una familia que te necesita.

-Ya lo sé. Pero por un momento he recordado lo feliz que fui en Nunca Jamás y he deseado volver con todas mis fuerzas, sin importar lo que deje aquí atrás.

Campanilla se acercó a su cara y le dio un beso.

-Lo siento, Peter. Has de quedarte aquí.

-Pero…..

Y el hada remontó el vuelo, dejando una estela dorada. Y el hombre se quedó mirándola y pensando por qué dejo Nunca Jamás.

sábado, 9 de enero de 2010

La conquista




Me reúno frente a tus alborozados atributos, insólitos dominios de anhelos extinguidos. Y con la visión de una nueva aventura enmascarada de valiente hombría me acerco hacia ti, ofuscado por tu pávido aliento de mujer.

-Perdón señorita, ¿sería tan amable de apartarse para que pueda poner mi vida a sus pies?

Y me miras, colorada de fingida quietud, y tus labios son un sello de coraje e incitación, pero, enfrentándome al desaliento, me hundo en tu mirada.

-Por favor, sólo un momento en sus labios y la sombría carga de mi alma desaparecerá.

La presencia de mi ánimo no te amedrenta y tu sulfuro se mezcla con condescendencia y falsa prudencia.

-Y si las tinieblas acechan mi corazón sólo sé que a su lado la esencia de mi amor permanecerá.

Parece que las palabras se han colado por un recodo de un suspiro escondido tras la frialdad de tu rostro y te alzas derrotada y apabullada, mirándome sin más.

- ¿Cómo podría dejar este mundo sin que su espíritu se mezclara con el mío? ¿Cómo podría fingir este sentimiento que me arde por dentro y que debo prorrumpir?

Tu máscara se convierte en jirones yermos y la luz de tu risa ilumina mi hálito. Sé que el muro que nos separaba se ha convertido en ruinas rancias y que nuestra estancia se hará pronto plena con el comienzo del alba.

miércoles, 6 de enero de 2010

El Marques



-Ha de saber, mi joven amigo, que esto es un arte. Se ha de dominar la técnica y hay que tener el espíritu y el coraje para realizarlo.

-Si, pero, en este caso, me parece que está sangrando demasiado.

-No sea usted cínico, señor conde. Tanto usted como yo sabemos que nos encanta. No trate de disimular su inflamada libido, ni de escudarse en falsa condescendencia. Ni por supuesto apele a la decencia, ni a la honradez. Esas, amigo mío, las dejó usted a buen recaudo antes de bajar aquí.

-¡No trate de culparme por sus actos, señor marqués! Aunque reconozco que estaba ansioso y excitado por la idea de verle realizar sus quehaceres eróticos, y que al principio, incluso disfrutaba, estoy convencido que se ha pasado usted de la raya.

-¡Ja, ja, ja! ¿Qué raya? ¿Ésta que describo sobre esta piel blanca y desnuda al compás de mi látigo? ¿Ésta que traza mi lujuria con tinta rojiza? ¿Ésta que muestra a mi esclava su pueril interior, y nos ofrece la ofrenda de la sangre? Esa me pertenece únicamente a mí, y usted sólo es un mirón entre las sombras de su pecado.

-Hace ya bastante tiempo que la muchacha perdió el conocimiento y creo….que es hora de parar.

-No pensaba usted igual cuando me la trajo, cuando temblaba como una niña asustada mientras la ataba de pies y manos y rasgaba sus vestiduras. ¿Quién dijo que era? Ah, si, ya me acuerdo. ¿No era una aspirante a prometida suya? Incauta. Si creía que iba a salir de su declive financiero contrayendo matrimonio con usted, desde luego es que no le conoce ni la mitad que yo.

-¡Usted no tiene derecho a insultarme de esa manera! Y menos, viniendo de una persona como usted, famosa en todo el mundo por sus desvaríos carnales. Reconozco que la idea había ido creciendo en mi interior y que, tras conocerle en aquella recepción, la duda de si realmente sería capaz de hacerlo venció a mi honorabilidad. Pero ahora, no seré cómplice de un crimen semejante.

-¡Venga, aquí! ¡Tome el látigo y acabe el trabajo! Sienta el poder en sus manos, el deseo recorriendo sus venas al contemplar la sangre ajena. El sufrimiento, mi amigo, es el origen del placer. No están tan separados, como la gente pueda creer, sino están entrelazados como la vida y la muerte misma. Fluyen en su interior. Sólo hay que ser lo suficientemente valiente para guiarlos a la superficie. ¿Es usted un cobarde, señor conde?

-¡No diga insensateces! ¡Pare y desátela, o lo haré yo mismo, y, por Dios, le juro, que pagará por lo que haga!

-¡Vea cómo esta de excitado! Su miembro viril está en plena erección observando a su magullada muchacha. ¿No le gustaría poseerla también por la fuerza, aquí, indefensa, inconsciente y sangrando? Porque si no lo hace usted lo haré yo. ¡Ja, Ja, Ja! ¿Por qué calla ahora? Sabe que tengo razón. Acérquese. Frote su sexo con su cuerpo. Sienta el ardor de la carne y el goce de lo prohibido y pecaminoso. ¿Si le parece puede reanimarla con un cubo de agua fría?

-Está bien…..

martes, 5 de enero de 2010

Un minuto



Cuando me siento vacío,
miro tu reloj
Cuando el tiempo se alza altivo,
me coloco a tu alrededor
Cuando ya no me siento vivo
capturo tu tesón
Y un minuto mas es lo que te doy
un minuto de pasión
un minuto de calor
un minuto dorado, redondo, lleno de lujuria,
cargado de esperanza y envuelto de ilusión
Por favor, acéptalo

domingo, 3 de enero de 2010

Paz

Vuelo sobre el horizonte. Mis alas blancas me llevan donde el viento del suroeste me guía. Allá abajo, en el valle, junto al río, los hombres luchan encarnizadamente. Veo árboles y maleza ardiendo, destrucción y cuerpos negros y quemados. Me siento triste. Otra vez más he fallado. Llegué tarde, nadie me avisó esta vez. Ciegos odios se exaltaron y por el orgullo de un puñado de hombres la guerra ha estallado.

Ahora empiezan a aparecer lejanos esos humos. Aquellos gritos y ruidos se quedan en el valle, fuera de mi alcance y ya casi de mi vista. Quizás debería intentarlo de nuevo. Me siento sin fuerzas. Han sido tantas veces y tantas guerras que ahora siento vergüenza de mí mismo, por no haberme embarcado en la ventura de mi nombre.

El viento del suroeste me empuja hacia mi próximo destino. Deseo que su arrogancia y altivez no se crucen en mi camino. Cuan difícil es esparcirme y divulgarme entre ellos y cuan fácil es olvidarse de mi nombre.

El mar sigue en calma. Los humos a mi espalda ya han casi cesado. Los gritos y los ruidos ahora sólo son un recuerdo triste, para mí, y para esos hombres. Aunque algunos vitorean y ensalzan su ardor guerrero. Pobres ignorantes. No se dan cuenta que su destino belicoso ya ha quedado sellado, que el ansia y la fiebre asesina devorarán sus vidas. Una lágrima se me escapa.

El sol se empieza a sumergir en el océano naranja. Me encuentro nuevamente sólo. El viento del suroeste es mi único compañero. Ahora me acuerdo cuantas veces se me ha ensalzado, cuanta gente ha creído en mí. Por ellos sigo aquí, volando sobre el horizonte, aproximándome a mi nuevo destino. Quizás aún haya esperanza.

La noche ha nacido ya, y las estrellas colorean mi camino. Ahora ellas son mis compañeras. Veo mi destino en tierra, leguas debajo de mí. Creo que llego a tiempo. Los hombres andan acampados, aguardando órdenes y el alba para atacar, para condenar sus almas. Algunos están despiertos, velando su miedo.

Me acerco sigilosamente. En mi pico la rama de olivo ha resistido. Anhelo que este simple gesto sirva para detener la barbarie, para detener esta locura. Su general aúlla a las estrellas, robándoles el coraje. Por fin he llegado. Sus ojos se abren como platos al contemplarme. Me aproximo un poco más y él extiende su brazo. Siento que todo es posible. Quizás ese gesto en su rostro, entre sorpresa y admiración, me proporcionen el poder para cautivar su corazón. Finalmente me poso sobre su brazo y le miro a los ojos. Creo que lo he conseguido, aunque en este caso, no sea una gran acción para una paloma blanca.


sábado, 2 de enero de 2010

Confesion




-¿Qué quieres? ¿Qué no te ame? Olvídalo. Arranca esa idea de tu mente, estrújala en tu corazón y hazla añicos en tu bajo vientre, por que si de mí se trata, recuerda que soy tuyo.


-Pero…lo que te he hecho…¿Cómo volver a mirarte a los ojos sin ver emerger la furia de una alusión indigna? ¿Cómo mirarme en el espejo sin ver la carga a mis espaldas?


-Esa carga no es la que debe hacerte temer. Los pájaros y la inquietud que revoletean en tu abdomen no te pertenecen. Son fruto del remordimiento cautivo. Sé que sólo era un escape a un mar profundo, que te sentías anclada en un barco sin rumbo. Ahora lo sé, y me avergüenzo de gobernar ese navío. Siento lástima de mí mismo, pobre y viejo capitán de barba poblada de inseguridades.


-No debes decir eso. No debes castigar tu espíritu. Si hay alguna culpable, esa soy yo. No supe ver en tus ojos sin brillo la renunciada pasión de antaño, los grises entre nosotros, las altivas torres que creamos y que no nos atrevimos a demoler. Preferí dejarme llevar por el rumor del nuevo mar, sutil, vibrante, que me alejó de ti, de mi único faro, postrado sobre aquel estoico acantilado. ¿Y por qué lo hice? Por una razón extraña, por la mano sombría de la vejez, que atenazaba mi moral, que imponía su cruel manto, que no me dejaba respirar.

-No te atormentes más, mi amor. Ya te he dicho que todo eso me da igual. Sólo quiero que recuerdes, una vez más, aquellas tardes de otoño, con nuestros corazones cubiertos de hojas mecidas por el viento, con nuestros pechos ungidos de paz, con nuestra mocedad recorriendo cada gota de sangre que circulaba arrebatadamente por nuestras pueriles venas. ¿Recuerdas?

-¿Cómo quieres que no lo recuerde? Si hasta mis lágrimas se apresuran hasta esa reminiscencia, si mi alma se agolpa al susurro encadenado de tu voz, si mi vida sabes que has sido tu….¿Lo ves? No puedo contener la memoria de un hecho atroz, frente al recuerdo desdibujado de nuestro verdadero amor.

-No llores por eso. Derrama tu llanto por lo que será. Sí, porque lo que venga nos llenará de alegría. Quiero que los mañanas sean nuevos soles, que borremos de nuestras mentes ademanes pasados, que brindemos júbilos al aire, que desgranemos la fruta del tiempo, grano a grano, que saboreemos lo que nos queda, que no es poco.

-Pero la pena aflige mi alma, como una daga en mi garganta. Me devora por dentro, como un lobo a su presa. Y no encuentro consuelo, ni siquiera en tus palabras, ni en tus gestos. Y pienso que tal vez el dolor me consuma, y que no me de tiempo a sentir con verdadero valor, que me arrepiento.

-No te aflijas, mujer. Vuelve a enfocar tu mente en aquellos prados verdes, donde de jóvenes retozábamos. Vuelve a sentir los besos olvidados en lugares privados. Escarba la dicha en el fondo de tu alma, por que sé que allí se encuentra, junto conmigo, y tráela de vuelta a un mundo nuevo. No tengas miedo de enfrentarte al pasado, por que eso nos hará más fuertes. Lucha y saca los dientes. Dale una dentellada al sufrimiento, estíralo con saña.

-No puedo, se me escapan las fuerzas entre las imágenes impías de alcoba, entre besos y risas que no eran los tuyos, entre sábanas de pecado y lujuria. No me siento digna de tus actos, ni de tu amor. Por favor, déjame con mi dolor.

-Eso ni lo sueñes. Nunca estarás sola, ni en la distancia de tu pena, ni en la falsa quietud de tu mirada, ni en el temblor de tus manos cuando me hablas. Y ahora dame tu mano y levanta tu frente, siéntete mi mujer ante la gente, por que juntos iniciamos un nuevo viaje hasta nuestro ocaso, sin importar el paso, ni la cadencia, ni el ánimo, ni la indulgencia. Caminamos juntos porque nos merecemos, por que siempre fuimos sinceros y por que nos queremos, y todo lo demás…da igual.