viernes, 30 de julio de 2010

Nunca fuimos ángeles


Nunca fuimos ángeles, ni demonios
Ni dragones de faz pintada
Ni mariquitas de uñas afiladas
Ni gargantas profundas de secretos confesables
Ni apartados mirones de horas interminables

Nunca fuimos ángeles, ni demonios
Ni la paz dubitativa de la esperanza
Ni la insomne melodía desarraigada
Ni el cobijo de los males de otros
Ni la cansina voz del arrojo.

Nunca fuimos ángeles, ni demonios
Ni la furia del miedo solitario
Ni el ansia de la juventud temeraria
Ni pancartas de vivos colores
Ni la más hermosa de las flores.

Nunca fuimos ángeles, ni demonios
Ni el final del camino de nadie
Ni el comienzo de la desdicha de alguien
Ni la burlesca pose de un felino
Ni la postrera mueca del destino.

miércoles, 21 de julio de 2010

La Musa


Por fin lo había hecho. Había conseguido vencer sus miedos y concluir su sino. ¿O más bien se había dejado llevar por ellos y encumbrado se había dejado mal aconsejar?

Ahora ya poco importaba eso. Sus dedos golpeaban las teclas, infusos por una nueva fuerza. Ella, la musa, la tan buscada inspiración, martilleaba su cerebro a golpe de diálogos. ¡Que delicia! ¡Que goce para los sentidos! Las escenas brotaban en su mente como los campos en primavera. Una tras otra, hasta completar la fatídica palabra: Fin.

Y una vez acabado se volvió a hundir. El desánimo y la pesadumbre de espíritu se adueñaron de su ser.

El libro fue número uno en ventas tres meses consecutivos. Su editor lo consideraba su “chico de oro”. Los programas de la televisión se lo rifaban para hacerle entrevistas. Y a pesar de su mueca cómica en el fondo se sentía vacío.

Una vez le preguntaron por su próximo libro. Se quedó en blanco. Su lengua locuaz se paró a mitad de una palabra y entonces sólo pudo ver su cara. Era hermosa, muy hermosa, y joven.

Recordó cuando la siguió por aquel callejón, cuando dejó a sus amigas y se aventuró sola por la noche. Y cómo oyó a la musa hablarle e insinuarse.

“Aliméntame, paga el precio de la carne.” Le susurraba, pero el no quería hacerlo. Él sólo ansiaba escribir. Notar el leve fluir de ideas por su cerebro. Sentir la brisa del intelecto una vez más. Pero la musa le había abandonado y se aferraba a un pasado ya casi olvidado.

“Hazlo ya, dámela. Dame su juventud y yo te daré la inspiración” Repetía la musa incansablemente.

Y aceptando el fatídico precio se apresuró tras ella y sus manos se posaron en su garganta hasta extraerle su último hálito.

Recordó también como sintió en la cabeza ese cosquilleo, ese torbellino de ideas que se avivaban y se apremiaban en salir.

Y al volver a preguntarle el presentador por su próximo libro, en ese mismo instante, supo que volvería a hacerlo, que deseaba seguir escribiendo por encima de todas las cosas.

viernes, 16 de julio de 2010

Microminis




Ella le dijo que le gustaba su polla. Él le respondió que le encantaban sus tetas y surgió una bonita amistad.

El pollo buscó a la polla para hacer pollitos y polladas.

Al gritar el nombre de su marido su amante se corrió en su boca.

Dudaba entre endorsarle un golpe mortal a base de pollazos o comerle el alma a besos.

Para cuando acabé de escribir el micromini, ya me había corrido.

jueves, 15 de julio de 2010

La nueva alba


No era una persona corriente. Era más que corriente.
Por sus venas corría la sangre de la desesperación.
Sus piernas corrían impulsadas por un vacío interior.
Y tras mucho correr no encontró su destino.
Y tras parar comenzó a mirar lo que había dejado atrás.
El camino ardía de las pisadas de la ira.
El viento quemaba su faz inflamada.
Y por fin se atrevió a gritar.
Mas nadie ni nada le escuchó.
Y por fin se atrevió a llorar.
Mas nadie le consoló.
De sus ojos la vida se escapaba.
Por las rendijas de su colorada mirada
Su alma se derramaba
Por los besos olvidados
Su espíritu estallaba.
Y quedó la tierra cubierta de su cuerpo.
Y paró el ardiente viento.
Y las golosas miradas,
Que antaño añoraba
Fueron sólo un sutil recuerdo,
Fugaz como aquel verso
Hiriente como aquel momento
Y de las cenizas abrasadas
Surgió la nueva alba.

martes, 13 de julio de 2010

El paso


Las nubes se disipan tras el horizonte de cristal.
La bruma ecléctica que rodeaba mi espíritu sigue allí, pero entre los claros puede ver los rayos de soles lejanos pero intensos.
La sonrisa de la media noche me ha vuelto a tocar.
Murphy era un hombre muy listo y dispuso el azar a la carta más inoportuna y siempre en el peor momento. Pero ¡que momento! Sublime, alígero, distante y lleno de dicha.
Que por las mañanas desaparece empujado por la brisa, pero en los dominios del lobo acecha a su presa.
He vuelto escuchar aullidos.
He vuelto a sentir mi corazón latiendo, impulsando algo que creía olvidado: vida.
Y en ese instante de comunión con lo etéreo, he creído divisarla a lo lejos.
Burlona, zalamera como siempre, y provocativa.
Gritó mi nombre y leí sus labios.
Me dijo que diera el paso, que había otros mundos entre ella y yo, pero seguí sin creerla.
¿Cómo creer a algo que esperabas rozar con la yema de la esperanza y te arrastraba tormentosa por el barro de la decepción?
¿Cómo seguir lo que nunca vislumbraste?
Aunque el paso ya estaba dado y sólo podía esperar el alivio de un momento fugaz o la caída eterna a los infiernos.

martes, 6 de julio de 2010

Felicidad


Llámela eterna, despojada del peso del tiempo.
Siéntela sobre su nuca, acaríciela un momento.
Déjela reposar sobre su vientre dichoso
Y que aparezcan mariposas a su antojo.
Gócela, gímala, estrújela y vierta su esencia
Colmate su boca de los latidos de una sentencia.
Y piense cuán dichoso sería si apenas la alcanzara
Si su mente no le jugara una mala pasada
Y que todo lo que sus sentidos dijeron
No se perdiera en el fondo del caldero.