martes, 29 de junio de 2010

La Vía Láctea


Desde mi puesto de vigía contemplo aquella amalgama de estrellas. Siempre me han fascinado. Su posición, su brillo, su fuerza... me atrapan en las noches solitarias.

- ¿Quieres un café?.

La nueva suboficial interrumpe mi ensoñación con una sonrisa en sus labios.

- Claro. ¿Cómo va todo por el otro lado?
- Tranquilo. ¿Leche?
- ¿Cómo dices?
- ¿Que si quieres leche?
- Sí, por favor.

Cuando se gira hacia la cafetera puedo observar perfectamente como su trasero se marca bajo el ajustado mono que nos obligan a vestir. Pero, en este caso, sus formas son casi hipnóticas, bordeando la frontera del deseo a cada paso que da. Los destellos de las frías luces sobre ese trasero plateado evocan las estrellas que acabo de contemplar. Por suerte la gravedad artificial de la nave lo mantiene donde debe estar, firme y en perfecto estado de revista.

- ¿Qué mirabas? Parecías conmovido- me pregunta, mientras me ofrece el café.
- Sólo… no sé, te parecerá una tontería, pero miraba las estrellas.

Ella sonríe como si hubiera hablado un niño y se acerca hacía la ventana por donde estaba mirando. Entre la inmensa oscuridad aparece un conjunto de estrellas. Parecen dar vueltas en espiral. Sus ojos parecen asombrarse también.

- Ya casi nadie mira las estrellas. Sólo lo toman como parte de su trabajo- comenta ella, mientras sorbe su café delicadamente.
- Sí y son preciosas, ¿verdad?- le contesto, y me giro para volver a verlas.- Esta en concreto es la Vía Láctea. Dicen que ahí se originó la raza humana- digo, intentando parece grandilocuente.

Ella ya no mira las estrellas, sólo me ve a mí.

- Creía que conocía todas las formas y maneras, pero ninguna vía como esa. ¿Cómo dices que se llama? ¿Vía Láctea? ¿Y cómo se hace?.
- No, me refiero a que ese es su nombre- le contesto casi riéndome.
- Pues a mi se me está ocurriendo una vía láctea...

Sus labios se acercan a besarme y me sorprendo, pero devuelvo el beso con pasión. Nuestras lenguas se cruzan en un tornado de sensaciones y mis ojos se centran en los suyos. Ahora aparecen reflejadas los millones de estrellas como puntos en sus ojos.
Me deshago del café y mis manos palpan su trasero. Lo aprietan y estrujan sintiendo sus duros músculos. Ella ahoga un gemido en mi boca y sus uñas se clavan en mi espalda.
La miro con deseo, casi enfermizo. Ella se aleja y baja la cremallera de su mono plateado. Ante mi vista aparecen desafiantes sus grandes senos, intentando escapar. La Vía Láctea se refleja sobre ella y la envuelve de un halo casi místico.
Como un poseso poso mis labios sobre su escote. Ella se ríe al comprobar el efecto que produce en mí. Pero aprieta mi cabeza contra sus pechos, mientras mi boca y lengua tratan de alcanzar cuanta piel pueden.

- ¿Qué te parece? ¿Te va gustando?.

Yo casi no puedo responder.
Finalmente sus tetas encuentran una escapatoria y mi lengua busca sus pezones. Mis manos amasan carne mientras a mis oídos llegan sus gemidos, convertidos en pura música.
Sin previo aviso me comienza a bajar la cremallera del mono, se arrodilla frente a mí y extrae mi miembro que ha estado palpitando inútilmente.

- Sabía que tendrías buena polla...

Y sin dejar que le conteste la engulle y devora con maestría y devoción. Ahora mis gemidos se mezclan con el gorgoteo de su saliva sobre mi pene. Me siento maravillado. Vuelvo a mirarla. Ella me devuelve la mirada y vuelvo a ver reflejadas las estrellas en sus ojos, mientras mi polla entra y sale suavemente hasta su garganta.
Ya no puedo aguantar más y hago que se levante. Pero solamente para poder besarla, sentir el sabor de mi rabo en mi lengua, mezclado con el suyo, apretar nuevamente sus tetas y bajar la cremallera de su mono.
Presos de la excitación, hacemos que nuestros monos vuelen por el puesto de control. Ahora desnudos, la tumbo sobre el frío y sintético suelo.
Mi boca lame desde sus tetas hasta su monte de Venus, pasando por su ombligo. La hago vibrar y siento cómo la excitación aumenta en su interior. En su húmedo coño mi lengua experimenta el inicio de un juego, al que ella pone fin apretándome hacía ella.

- Siiiiiiiiii- grita finalmente.

Ya es el momento. Mi polla y su coño no pueden más. Deslizo mi miembro en su interior, tratando de buscar el máximo placer. Nuestros contorneos se vuelven más agresivos. Por un momento creo estar inmerso en la galaxia que antes he visto, que me encuentro rodeado de estrellas que resplandecen a mi alrededor.

- Ya lo siento. Sí, sí, ya está aquí...

Ella grita y se revuelve, gime y resuella. Su cuerpo se arquea esperando recibir el orgasmo y estalla en una explosión de movimientos y alaridos.
Por mi parte no quiero que esto acabe nunca y la vuelvo para poder poseerla por detrás. Ella apoya su cabeza en el suelo y abre su trasero con las manos. El agujero negro aparece ante mí y se avecina a engullir mi polla, casi sin lubricar.
Ahora me siento transportado a otra dimensión, la del placer. Por lo que oigo, y a pesar de haberse corrido, ella parece sentir lo mismo. Puedo contemplar su hermoso trasero en todo su esplendor. Mientras taladro su excitación, el bamboleo de sus glúteos resulta casi hipnótico.
Siento que la descarga pronto llegará. La tomo del pelo y estiro. Quiero volar en el placer, traspasar las fronteras del tiempo y del espacio. Quiero ser uno con el universo. Mezclar mis átomos con el polvo espacial. Compartir mi esencia con las estrellas.

- ¡Vamos, dame tu leche! - grita ella- ¡Vamos, dame tu Vía Láctea!.

Y encumbrado por esas palabras, mi miembro comienza a expulsar leche dentro de su agujero negro, mi Vía Láctea entera.
Por fin lo he conseguido. He alcanzado las estrellas y las he tocado con la mano, sólo un instante, sólo un momento de comunión con el cosmos.

Y rendidos y abrazados nos dejamos caer en el frío y sintético suelo de nuestra nave, que traza su rumbo inexorablemente. Al fondo, la Vía Láctea es mudo testigo de nuestra pasión a un megapársec de nosotros.

domingo, 20 de junio de 2010

La elección


- Por favor, siéntese y en seguida la atenderemos.

El lugar era paradójicamente cálido y aberrantemente acogedor. Podría haber escogido cualquiera de los cientos de locales de la ciudad, donde por una cantidad mucho menor de sudor de tu frente me darían un producto muy parecido. Pero no, yo quería el lujo y la perfección. No buscaba lo mejor, sólo darme un capricho, un último suspiro inspirando el poder, oliendo la corrupción decadente.

- ¿Ha escogido ya?
- Si, creo que será el número 3.
- Excelente elección, señor. Cuando esté todo preparado le conduciremos a su habitación.
- Gracias, muy amable.

A mi lado, un hombre cano y con cara de triste fumaba nerviosamente. En frente una pareja de enamorados cogidos de la mano se miraban tiernamente a los ojos.

- Oiga, amigo. ¿Y usted por qué ha venido?
El hombre cano me miraba con ojos penetrantes esperando una respuesta.
- Todos tenemos un motivo para estar aquí, pero creo que, en el fondo, es que fallamos buscando la felicidad.
- ¡Ja! Amigo. La felicidad no es una cosa que se pueda encontrar. Yo lo descubrí hace mucho tiempo. Sólo tratamos de alcanzarla inútilmente. ¿Cree usted que esa parejita de enfrente son felices? Mirándose de esa manera. Seguro que piensan que esto es muy romántico. ¡Además de jóvenes son tontos!
- Como he dicho antes… todos tenemos un motivo.

La enfermera interrumpió nuestra conversación y se llevó al hombre cano hasta su habitación. Antes de entrar se despidió con la mano y logré encontrar, quizás, un atisbo de arrepentimiento en sus ojos. Daba igual, ya era demasiado tarde.
Las paredes estaban pintadas de color naranja empalagoso. Había varios carteles con información del local y de sus servicios. La pareja se levantó y siguió a su enfermera. Me preguntaba por qué había ido a parar allí. ¿Por qué la vida te da siempre a escoger el camino más difícil?

-Señor, acompáñeme, por favor.

Seguí a la enfermera hasta una habitación. La luz era totalmente distinta, mucho más fría. En medio había una cama y todo el color era blanco impoluto.

- Por favor, desnúdese y túmbese en la cama.

La enfermera salió de la habitación y me comencé a quitar la ropa. La americana que ella me regaló. La camisa con su olor impregnado. En realidad todo me la recordaba. En realidad yo no era otra cosa que una extensión suya. En realidad siempre había sido suyo. Traté de olvidar esos sentimientos y me tumbé en la fría cama, pero eran precisamente esos sentimientos los que me habían llevado donde estaba.
Una puerta se abrió al otro lado de la habitación. La enfermera entró seguida de un hombre vestido con una túnica blanca. Una capucha, también blanca, protegía su rostro. La enfermera se acercó con un papel, que desplegó en frente mío, y comenzó a leer.

-De conformidad con la ley de eutanasia activa de 2050 y a tenor de los atenuantes de incapacidad psíquica o psicológica de autoejecución, debidamente justificados por informe forense, y de acuerdo con la ley de procedimiento ejecutor y la ley de libertad empresarial, a continuación se procederá a la ejecución por poderes del sujeto abajo firmante. ¿Está de acuerdo con lo expuesto señor?

Traté de buscar en mi interior si quedaba algo del ser humano que había sido, si hubiera algo escondido tras la culpa. Pero no lo hallé.

-Si, estoy de acuerdo.
- Cómo método de ejecución el sujeto ha escogido muerte por asfixia, ¿es eso correcto, señor?

Ya casi no podía oírla. Sólo veía las imágenes de ella tratando de escapar del coche. Luchando por salvar su vida mientras el río la reclamaba para sí. Ojalá no hubiera bebido tanto esa noche. Ojalá le hubiera hecho caso. Ojalá me hubiera muerto con ella.

-Si, es correcto.
-Bien. ¿Desea decir unas últimas palabras?

Los ojos se me llenaron de lágrimas y por un momento creo que la volví a ver.

-Si. Cariño, te quiero.
-Verdugo, por favor, puede dar comienzo al acto.

miércoles, 9 de junio de 2010

Destino caprichoso


Estaba nervioso. Era la primera vez desde hacía mucho tiempo, quizás demasiado. Sin embargo templé mi corazón y busqué el coraje que me quedaba. Cuando entré, en seguida me dijeron que esperara. Pero apareciendo entre el horizonte burocrático, encontré su rostro. Era a la única persona que podía ver. Sentí algo que creía olvidado, que creía que no volvería a sentir; una punzada, algo que se me clavaba en el alma. Su belleza me cautivó inmediatamente, y pensé que aunque no consiguiera el puesto, había merecido la pena ir hasta allí, sólo por verla, sólo por saber de su existencia.
La segunda vez puse más énfasis en lo laboral. Me preparé. Templé mis nervios a fuego de esperanza y me presenté donde ya lo había hecho. Esta vez la secretaría me hizo esperar más, pero no me importó. Como un rayo seguía observándola, encuadrada entre el fino espacio que dejaba el mobiliario. Sólo ella, la apreciaba como un cuadro. Y volví a pensar cuan afortunado era por haberla podido ver una vez más, por poder disfrutarla en la lejanía, y que sería una lástima cuando no me llamaran, y dejar de verla, y tener que hacer sitio en el armario del olvido. No, no quería olvidarla.
Pero el destino es caprichoso y, a veces, zalamero, y un buen día me volvió a recordar que no debía tirar mi voluntad por el acantilado, que la esperanza aguarda huidiza entre los rincones oscuros y las sombras de la incertidumbre. Efectivamente, conseguí aquel maldito puesto de trabajo.
Fui antes del primer día. Me enseñaron las oficinas, pero se habían trasladado a un sitio más amplio. La volví a ver. Sumado al nerviosismo por el nuevo trabajo, se unía el que sentía por estar cerca de ella. Me presentaron a todos mis compañeros. Yo sólo recordé su nombre.
El primer día me llevaron hasta mi mesa. Casi tengo que salir corriendo detrás de mi corazón, pues me encontré sentado a su lado. Sí, junto a ella. Y la llamé por su nombre y ella dijo que tenía buena memoria. Y en ese momento me acordé del puñetero destino y por qué me hacía sentarme al lado de la primera persona que vi de aquella oficina, y porqué estaba junto a la que animó mi corazón de su letargo.
Los días siguientes me debatí entre el cielo y el infierno. El cielo por poder contemplarla a escondidas, cuando creía que ella no miraba, por poder ahogar un suspiro junto a ella, por poder mezclar mi voz con la suya. El infierno vino al recordar lo esclavo que soy de una antigua pasión, un lazo sagrado que mancillé con la desesperación, y que me ata a una promesa que ya no honro, y que me llena de infelicidad.
Pero aquello no importaba. Pensé que sería feliz simplemente en mi anónimo ardor, en mi oculta pasión. Sería un seguidor de Platón, y buscaría la alegría de compartir momentos, mas guardando una secreta esperanza, un atisbo de algo imposible, un secreto misterio reservado a mis adentros. Y con esa nueva llama, abrazaría nuevos días. La bruma, la desidia y la falta de ganas de vivir serían cosas pretéritas, porque a pesar de lo que ya creía aprendido, a pesar de pensar que para mí ya no tenía sentido, volví a encontrar una cosa llamada amor, y supuse que algún día podría regresar a mí, y ayudarme a encontrar el camino.
Pasaron los días y no pude retener mi secreto misterio en el fondo de mi corazón. Tomó la ilusión por bandera y enarbolándola se erigió contra su enemigo, y se atrevió a pensar que quizás podría conquistar tierras extrañas, que podría proclamarse victorioso en la batalla y sobrepasar las trincheras y envolverla. Mas ella se mostraba cauta y, a veces, fría, buena compañera y atenta, pero eso no me bastaba y me atrevía a juntar mis pasos con los suyos. Donde quiera que fuera, por azar o porque yo marcaba el camino, siempre acababa cerca de ella.
Aunque aquella etapa no duró mucho. Encontré cómo era. Muy diferente a mí. Parecía una guerrera, una joven luchadora con ganas de desayunarse el mundo. ¿Y yo? Un ser que camina hacia la madurez sin mas pena que gloria, dando tumbos por la vida, aferrándose a lo único que pudo conseguir para salvarse del precipicio. Y nuevamente enterré aquel secreto en mi corazón, y sólo lo saqué para respirar en los días de fiesta.
Y otra vez quiso ser más que yo, y me ganó una partida cuando estaba borracho. Me daba alas. Me sentía vivo. Era un sentimiento que añoraba. Me llenaba el espíritu de anhelos, aunque fueran imposibles. ¿Cómo deshacerse de esa sensación si era la única que me ayudaba a vivir?
¿Por qué me podría a husmear en su curriculum, entonces? Encontré la diferencia de edad alarmante, incluso para mí, lo que me hizo sentir todavía más viejo. Pero otro dato llamó la atención y me puso en jaque. Aquella diferencia de edad eran once años y un día. Una condena impuesta por el destino, con revisión el día después de mi cumpleaños.
Y me pregunté porqué el destino era así de caprichoso. ¿Por qué me recordaba que existía el amor? ¿Por qué me lo ponía en bandeja y me la quitaba en un mismo gesto? ¿Por qué teníamos tantas cosas en común y había tantas cosas que nos separaban? ¿Por qué me fijé en ella desde el primer instante que la ví? ¿Por qué me sentaba junto a ella? ¿Por qué casi había nacido el mismo día que yo? ¿Por qué ella era tan guapa y yo tan feo? ¿Por qué ella es tan joven y yo tan viejo? ¿Por qué yo estoy atado a lo que no amo y anhelo lo inalcanzable? ¿Por qué tengo tanta suerte y a la vez soy tan desgraciado? ¿Por qué soy un cobarde?
Y entre preguntas y dudas dejo pasar la esquiva pasión. Busco un rincón en el armario del olvido, junto a las ilusiones de juventud y la felicidad, y temo y espero el día que tenga que guardarla. Quizás el nuevo verano, me haga sacar cosas del armario. Quizás acabe rodeado de la camisa de fuerza de la sociedad, y mi locura sea ya incurable. Quizás acabe olvidado yo también, en un viejo armario, junto a todo lo que pudo haber sido o lo que alguna vez soñé.