miércoles, 9 de junio de 2010

Destino caprichoso


Estaba nervioso. Era la primera vez desde hacía mucho tiempo, quizás demasiado. Sin embargo templé mi corazón y busqué el coraje que me quedaba. Cuando entré, en seguida me dijeron que esperara. Pero apareciendo entre el horizonte burocrático, encontré su rostro. Era a la única persona que podía ver. Sentí algo que creía olvidado, que creía que no volvería a sentir; una punzada, algo que se me clavaba en el alma. Su belleza me cautivó inmediatamente, y pensé que aunque no consiguiera el puesto, había merecido la pena ir hasta allí, sólo por verla, sólo por saber de su existencia.
La segunda vez puse más énfasis en lo laboral. Me preparé. Templé mis nervios a fuego de esperanza y me presenté donde ya lo había hecho. Esta vez la secretaría me hizo esperar más, pero no me importó. Como un rayo seguía observándola, encuadrada entre el fino espacio que dejaba el mobiliario. Sólo ella, la apreciaba como un cuadro. Y volví a pensar cuan afortunado era por haberla podido ver una vez más, por poder disfrutarla en la lejanía, y que sería una lástima cuando no me llamaran, y dejar de verla, y tener que hacer sitio en el armario del olvido. No, no quería olvidarla.
Pero el destino es caprichoso y, a veces, zalamero, y un buen día me volvió a recordar que no debía tirar mi voluntad por el acantilado, que la esperanza aguarda huidiza entre los rincones oscuros y las sombras de la incertidumbre. Efectivamente, conseguí aquel maldito puesto de trabajo.
Fui antes del primer día. Me enseñaron las oficinas, pero se habían trasladado a un sitio más amplio. La volví a ver. Sumado al nerviosismo por el nuevo trabajo, se unía el que sentía por estar cerca de ella. Me presentaron a todos mis compañeros. Yo sólo recordé su nombre.
El primer día me llevaron hasta mi mesa. Casi tengo que salir corriendo detrás de mi corazón, pues me encontré sentado a su lado. Sí, junto a ella. Y la llamé por su nombre y ella dijo que tenía buena memoria. Y en ese momento me acordé del puñetero destino y por qué me hacía sentarme al lado de la primera persona que vi de aquella oficina, y porqué estaba junto a la que animó mi corazón de su letargo.
Los días siguientes me debatí entre el cielo y el infierno. El cielo por poder contemplarla a escondidas, cuando creía que ella no miraba, por poder ahogar un suspiro junto a ella, por poder mezclar mi voz con la suya. El infierno vino al recordar lo esclavo que soy de una antigua pasión, un lazo sagrado que mancillé con la desesperación, y que me ata a una promesa que ya no honro, y que me llena de infelicidad.
Pero aquello no importaba. Pensé que sería feliz simplemente en mi anónimo ardor, en mi oculta pasión. Sería un seguidor de Platón, y buscaría la alegría de compartir momentos, mas guardando una secreta esperanza, un atisbo de algo imposible, un secreto misterio reservado a mis adentros. Y con esa nueva llama, abrazaría nuevos días. La bruma, la desidia y la falta de ganas de vivir serían cosas pretéritas, porque a pesar de lo que ya creía aprendido, a pesar de pensar que para mí ya no tenía sentido, volví a encontrar una cosa llamada amor, y supuse que algún día podría regresar a mí, y ayudarme a encontrar el camino.
Pasaron los días y no pude retener mi secreto misterio en el fondo de mi corazón. Tomó la ilusión por bandera y enarbolándola se erigió contra su enemigo, y se atrevió a pensar que quizás podría conquistar tierras extrañas, que podría proclamarse victorioso en la batalla y sobrepasar las trincheras y envolverla. Mas ella se mostraba cauta y, a veces, fría, buena compañera y atenta, pero eso no me bastaba y me atrevía a juntar mis pasos con los suyos. Donde quiera que fuera, por azar o porque yo marcaba el camino, siempre acababa cerca de ella.
Aunque aquella etapa no duró mucho. Encontré cómo era. Muy diferente a mí. Parecía una guerrera, una joven luchadora con ganas de desayunarse el mundo. ¿Y yo? Un ser que camina hacia la madurez sin mas pena que gloria, dando tumbos por la vida, aferrándose a lo único que pudo conseguir para salvarse del precipicio. Y nuevamente enterré aquel secreto en mi corazón, y sólo lo saqué para respirar en los días de fiesta.
Y otra vez quiso ser más que yo, y me ganó una partida cuando estaba borracho. Me daba alas. Me sentía vivo. Era un sentimiento que añoraba. Me llenaba el espíritu de anhelos, aunque fueran imposibles. ¿Cómo deshacerse de esa sensación si era la única que me ayudaba a vivir?
¿Por qué me podría a husmear en su curriculum, entonces? Encontré la diferencia de edad alarmante, incluso para mí, lo que me hizo sentir todavía más viejo. Pero otro dato llamó la atención y me puso en jaque. Aquella diferencia de edad eran once años y un día. Una condena impuesta por el destino, con revisión el día después de mi cumpleaños.
Y me pregunté porqué el destino era así de caprichoso. ¿Por qué me recordaba que existía el amor? ¿Por qué me lo ponía en bandeja y me la quitaba en un mismo gesto? ¿Por qué teníamos tantas cosas en común y había tantas cosas que nos separaban? ¿Por qué me fijé en ella desde el primer instante que la ví? ¿Por qué me sentaba junto a ella? ¿Por qué casi había nacido el mismo día que yo? ¿Por qué ella era tan guapa y yo tan feo? ¿Por qué ella es tan joven y yo tan viejo? ¿Por qué yo estoy atado a lo que no amo y anhelo lo inalcanzable? ¿Por qué tengo tanta suerte y a la vez soy tan desgraciado? ¿Por qué soy un cobarde?
Y entre preguntas y dudas dejo pasar la esquiva pasión. Busco un rincón en el armario del olvido, junto a las ilusiones de juventud y la felicidad, y temo y espero el día que tenga que guardarla. Quizás el nuevo verano, me haga sacar cosas del armario. Quizás acabe rodeado de la camisa de fuerza de la sociedad, y mi locura sea ya incurable. Quizás acabe olvidado yo también, en un viejo armario, junto a todo lo que pudo haber sido o lo que alguna vez soñé.

2 comentarios:

  1. El destino es de locos y nosotros lo somos. Sino lo fueramos la vida sería un simple paso agradable que no nos depararía nada. Mágnifico lobezno. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Si, y tal vez la locura de mi realidad me embote los sentidos, y por eso tenga que aullarla. Gracias por pasarte por aqui.

    ResponderEliminar

Aullame o ladrame