miércoles, 21 de julio de 2010

La Musa


Por fin lo había hecho. Había conseguido vencer sus miedos y concluir su sino. ¿O más bien se había dejado llevar por ellos y encumbrado se había dejado mal aconsejar?

Ahora ya poco importaba eso. Sus dedos golpeaban las teclas, infusos por una nueva fuerza. Ella, la musa, la tan buscada inspiración, martilleaba su cerebro a golpe de diálogos. ¡Que delicia! ¡Que goce para los sentidos! Las escenas brotaban en su mente como los campos en primavera. Una tras otra, hasta completar la fatídica palabra: Fin.

Y una vez acabado se volvió a hundir. El desánimo y la pesadumbre de espíritu se adueñaron de su ser.

El libro fue número uno en ventas tres meses consecutivos. Su editor lo consideraba su “chico de oro”. Los programas de la televisión se lo rifaban para hacerle entrevistas. Y a pesar de su mueca cómica en el fondo se sentía vacío.

Una vez le preguntaron por su próximo libro. Se quedó en blanco. Su lengua locuaz se paró a mitad de una palabra y entonces sólo pudo ver su cara. Era hermosa, muy hermosa, y joven.

Recordó cuando la siguió por aquel callejón, cuando dejó a sus amigas y se aventuró sola por la noche. Y cómo oyó a la musa hablarle e insinuarse.

“Aliméntame, paga el precio de la carne.” Le susurraba, pero el no quería hacerlo. Él sólo ansiaba escribir. Notar el leve fluir de ideas por su cerebro. Sentir la brisa del intelecto una vez más. Pero la musa le había abandonado y se aferraba a un pasado ya casi olvidado.

“Hazlo ya, dámela. Dame su juventud y yo te daré la inspiración” Repetía la musa incansablemente.

Y aceptando el fatídico precio se apresuró tras ella y sus manos se posaron en su garganta hasta extraerle su último hálito.

Recordó también como sintió en la cabeza ese cosquilleo, ese torbellino de ideas que se avivaban y se apremiaban en salir.

Y al volver a preguntarle el presentador por su próximo libro, en ese mismo instante, supo que volvería a hacerlo, que deseaba seguir escribiendo por encima de todas las cosas.

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