domingo, 25 de octubre de 2009

Siempre amada


-No puedo evitarlo, la tengo metida en mi cabeza. Como un gusano, recorre mi cerebro. Quisiera despojarla de poder y hacer que nunca volviera, pero simplemente no puedo. Ahora es parte de mí, como lo es mi corazón o mi hígado.

-Pero, ¿cómo llegó a entrar? ¿La dejaste aposentarse, tomar cobijo en ti, o simplemente se coló por una rendija de tu alma? Tal vez no fuiste lo suficientemente precavido, o ¿es que tu corazón no atendió a razones?

-No, no es mi corazón lo que me pesa, ni mi alma. Es mi cerebro. La oigo recorriendo sus pasillos, resbalando sus dedos por sus paredes. Clavando sus uñas en las zonas más blandas hasta hacerlas sangrar.

-Busca una solución, un truco de la mente. Sumérgela en bonitos recuerdos. Deja que tu parte más radiante brille y oculte el mal, que las sombras se asusten y te teman.

-Fáciles palabras se arrojan de tu impávida boca, amigo mío. Tu que no sientes la rabia de la desesperación, clavándose como un puñal, hurgando tu voluntad, moliendo tu espíritu.

-No te abrumes, compañero de fatigas. Que en mí hallaras el apoyo que necesites en tu sufrimiento. Mas te pido que me aclares que es lo que te hizo caer, desplomar tu ser ante tal contradicción.

-Un buen día el influjo de su amor despareció, como su esencia, dejando tras de sí un rastro de lamentos, de lágrimas sobre mi pecho y mi devoción huérfana. ¿A quien iba a adorar a partir de ahora? ¿Quizás a un recuerdo o a un anhelo de esperanza?

-Pero el tiempo pasó con su manto de alivio y tejió sobre tu sino un nuevo destino. ¿No es más cierto que en el seno de un nuevo amor encontraste la pauta de tu recuperación?

-Cierto es, mas el dolor aun perdura. En mis amarguras la oigo decir mi nombre. Y yo suplico un poco de resuello. Su presencia en mi mente me asfixia. Me ahoga el olor de su perfume, el color de sus ojos, el tacto de su piel… Quién fuera etéreo para escapar de sus sentidos y dejarlos en la tierra de los hombres.

-La tierra de los hombres es a donde perteneces. No te engañes, por lo que cuentas, ella no ha desaparecido. Siéntete dichoso, amigo mío, pues en tu cerebro aún vive. Y no es que duela su presencia, es que te recuerda que siempre estará contigo, arropándote por donde tus pasos te guíen, acariciando tu sien cuando te sientas cansado, arrullando tu descanso. Así pues, esboza una sonrisa en tu cara, ya que tu compañera, tu siempre amada, se encuentra hoy entre nosotros.

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