domingo, 21 de febrero de 2010

El café


Mientras camino hacia el lugar acordado, me siento nervioso. Las manos me sudan y empiezo a notar que de un momento a otro pasará lo mismo con mi frente. Respiro profundamente y no disminuyo mi paso. Al fin y al cabo lo he estado esperando durante tanto tiempo que resultaría zafio e incluso infantil retirarse ahora.

El bar se encuentra bastante concurrido, a razón del trasiego de gente que entra y sale por sus antiguas puertas. Cruzo la calle conteniendo la respiración. El aire es frío y eso alivia mi intranquilidad. De ser verano, seguro que ya estaría empapado. No hay mesas fuera, pero el espacio sigue reservado mediante unas vallas, como si en cualquier momento, a pesar del tiempo, fuera a ser ocupado.

Tras una amplia cristalera, por fin, puedo contemplar el interior. Es un café antiguo, con mesas pequeñas y redondas, de mármol y pies de hierro forjado. La gente habla animosamente y el escándalo trasciende de los límites del café. Por un momento pienso que quizás no sea capaz de reconocerla. Al fin de cuentas sólo he podido ver un par de fotografías suyas, obtenidas tras mucho empeño y casi vendiendo mi alma al diablo. Ella, sin embargo, me tiene muy visto, más incluso de lo que sería decoroso contar.

Pero no me puedo equivocar. Mis ojos ya la han encontrado. Sola, observando a la gente de su alrededor y de vez en cuando su reloj. A pesar de lo que siempre ha dicho, me parece muy guapa, y más aún sin la nimia tecnología, que tanto nos ha separado. Me entra un ataque de pánico. ¿Qué pasaría si me fuera ahora? Podría poner cualquier excusa. Quizás que al final no pude pasar por la ciudad. Quizás eso funcionaría, sí. Y que no la pude avisar con tiempo. El nudo en mi garganta empieza a ser cada vez más tenso. ¿Y si no soy cómo ella espera? ¿Y si cree que mi voz y mi conversación son horrorosas? Al fin de cuentas ella a penas me ha oído, sólo una fingida intrusión en su mundo de relatos hablados, que tanto me engatusó. Y no es lo mismo hablar que escribir. Para mi, es más fácil escribir, no sé qué pasará teniéndola delante.

Ya es tarde. Me mira complacida de encontrarme tras esa enorme cristalera. En sus ojos puedo leer agrado y ningún atisbo de nerviosismo. Con un gesto me invita a entrar. Ya no hay vuelta atrás. Entro pausadamente, no quiero que note mi inquietud, y me acerco a su mesa.

-Hola, ¿cómo estás?- le digo escuetamente. Ella me responde con dos besos en mi cara. Notar su tacto es incluso más agradable de lo que esperaba. Me encuentro tranquilo ahora.

-Creí que ya no venías- dice, y no se si tomármelo cómo un reproche o como una amenaza.

- Te he de confesar que, a pesar de desearlo, he tardado en encontrar las fuerzas para venir.

- ¡Tranquilo, que no te voy a comer! – ríe y su risa me tranquiliza aun más. – Sólo hemos quedado para tomar un café y hablar. ¡Ya verás cómo te cansas de oírme hablar!- y vuelve a reír.- ¡Bueno, claro está, a menos que tu quieras que te coma!- concluye y su risa se transforma en una carcajada, aunque sus ojos color miel contienen un brillo acerado.

A mi me da por reírme también, uniéndome a su estruendosa carcajada. Cuando acabamos de reír ella pone su mano sobre la mía y me mira con ojos tiernos.
Sé que la tarde va a ser cómo esperaba, o incluso un poco mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Aullame o ladrame