lunes, 29 de marzo de 2010

La idea


Llevo todo el día pensando en ello.

El café con leche de la mañana se me agrió, cuando me vino a la cabeza. ¡En que mala hora!

A la hora de la comida he intentando obviarlo, pero ese dichoso pensamiento se ha escabullido entre una neurona despistada y otra, medio muerta por el alcohol, y allí que se ha plantado. ¡Será caradura! Y lo peor que la comida, en restaurante sibarita y con pellizco a la cartera, se ha ido por el retrete igual que ha entrado. ¡Pardiez!

La culpa de todo la tiene ella. Sí, malévola mente que no pueda hacer otra cosa que atormentarme. ¿Quién me mandaría escucharla, y, aún más, visualizar esa terrible imagen en mi cabeza?

Al llegar a casa se formó la de San Quintín. Ella que me lo vuelve a recordar. Yo que trato de esquivar sus mensajes buscando el mando de la tele y poniendo el fútbol. Pero ella venga a darle. Que si a todas sus amigas se lo hacen. Que si es algo normal en la pareja. “¿Dónde estará esa esquiva cerveza? Creí que había más en la nevera. Por favor trata de no pensar en ti haciendo eso.”

Y hasta aquí llegué. Conforme el líquido jugo de cebada caía en mi olvidadamente vacío estómago, ella suelta la frase de marras.

“Quiero que me lleves a bailes de salón.”

Yo, que no puedo evitar pensar que a los trece años quedé como un imbécil en un baile del colegio, se me ponen todos los nervios en el estómago, y lo que tenía que pasar, pasó.

Cual escena de película de terror, con niñas con cabezas giratorias incorporadas, vacié lo poco que me quedaba sobre ella. ¡No veas como gritó!

Pero como no hay mal que por bien no venga, por fin he conseguido que se calle. Por cierto, ¿ya habrá acabado el partido?

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