sábado, 18 de septiembre de 2010

Las estrellas y el sol


El deseo se esfuma veloz y contagiosamente, mientras la apatía se aposenta sin haber sido invitada. Los campos ya no resplandecen, los cetros ya han sido empeñados y la liviana ociosidad se vuelve codiciosa, como antes lo fue el querer.

Desde lo alto no puedo alcanzar las estrellas. Tintinean y alzan en blando movimiento una muesca burlona. Y yo sólo puede maldecirlas, por ser tan bellas, por estar tan lejos, porque al levantar mi mano parecen decir: “Acaríciame. Siente mi energía penetrar por la yema de tus dedos. Olvida los besos de antaño y quema el tiempo en nuestro brazos.”

Pero su lengua de serpiente se enrosca como la miel a mi boca, como mi líbido a una imagen mundana. Y me hace perder la razón, querer beber el placer, obtener algo que por derecho me fue negado.

Y la ensoñación se rompe con el alba certera. El sol borra los anhelos con su manto anaranjado. La luna es su impía aliada y se jacta de su victoria con una media sonrisa. ¿Qué te hice fiero sol? ¿Qué te hago para que apartes de mi lado todo lo que alguna vez fue soñado?

Quizás sólo sentí algo baldío, una esperanza que se retorcía por salir de su pútrida prisión, una ilusión que me anclaba a la vida. Mas ahora ya parece todo tan abandonado.

Con el sol fuerte y potente en el horizonte no encuentro fuerzas para injuriarlo, y lo contemplo aletargado. ¿Cómo creí que llegaría el momento en que el día desaparecería, ahogado simplemente por un sentimiento, y la noche dominaría mi tiempo?

Y ahora esos rayos, que me hicieron crecer, comienzan a quemar mi piel. La cubierta que me separa del mundo se desvanece y evapora con la cálida mañana del nuevo día, y me encuentro entumecido. Mis huesos ya no responden a la visión de un pasado andariego. Mis ojos solo ven párpados inflamados y el afán se encuentra ahora perdido, deambulando entre invocaciones de un período que jamás volverá.

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