domingo, 25 de abril de 2010

Alma perdida


Creo que ya ha llegado el momento. Hace a penas unos minutos el reloj ha martilleado mi cerebro doce veces, el gato maulló y se fue de casa, la vecina tocó al timbre tres veces y tu jadeaste una última vez. Definitivamente es la hora. No me queda más remedio que romper mi voto de silencio y contarte lo que un día se me antojó horrible. Aunque no creas que no me duele decírtelo. Aquella vez no fue la primera pero si la más espantosa. Las calles eran grises como la mitad de la gente que circulaba por ellas. El día era felino y escurridizo. Encontré un lugar llamado deseo a escasos dos metros de ti. Lo unté de vicio y perdición, y lo tendí a secarse al sol. Como el alba no llegaba le di un mordisco vil y, antes de escupirlo sobre ti, lo tragué a regañadientes, y me abrasó la garganta. Una y otra vez diez mil flores acudieron al encierro del amor y al entierro del te quiero. Y no creas que el alma se me fue huidiza, ni que encontré otra media fruta. Fueron las ganas de saltar del acantilado, las iras del pasado, que me empujaron a la sin razón. Era hermosa y cuando su último aliento salió por su boca me quedé mirándola. Realmente no sabía lo que había hecho, pero el asco a mí mismo se aposentó a mi cuerpo como el moho a la podredumbre. Y he aquí que sin querer desvelarlo, el corazón delator me patea el espíritu, me hiere de responsabilidad, me rocía de culpa, me despoja de piedad y me arroja al mar. Ahora haz lo que tengas que hacer, no busques ni preguntes por mi alma, porque ya la perdí.

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