sábado, 17 de abril de 2010

La ejecución



El polvo era espeso y su sabor en la boca empapaba sus sentidos. A lo lejos las sombras se desvanecían, como el día. El intenso sol mermaba la poca lucidez que le quedaba. La soga empezaba a ser su compañera. No había querido esconder su rostro tras una capucha, como los demás. Quería mirar directamente a los ojos a la gente que le quería ver muerto. Allí se encontraba el representante de la ley, envuelto en bravuconería. A su lado el alcalde y cacique local sonreía satisfecho. Numerosa gente había venido desde pueblos vecinos a presenciar el espectáculo. Pobres ignorantes, que habían acudido a la representación de su propio fracaso. El sudor corría por su frente. Intentó por un momento mirar a ese sol que le quemaba la piel y las ideas y encendía la mecha de su muerte. No lo consiguió y cerró los ojos para mirar en su interior. Allí estaba ella, yaciendo desnuda en la cama, con los ojos faltos de vida. Una lágrima se mezcló con el sudor que bañaba su cara. La hora había llegado. El juez bajó de la diligencia y se dirigió rápidamente hacía su asiento. Todos se quedaron expectantes. Dijo unas palabras y la masa comenzó un fervoroso aplauso, que sólo decapitó la orden de la ejecución. El verdugo comprobó que la soga estuviera firmemente dispuesta alrededor de su cuello. Sus compañeros se revolvieron debajo de sus capuchas. Entre la multitud un rostro familiar. Una mueca de alegría asomó por la comisura de sus labios. El verdugo se disponía a ocupar su puesto. De repente se oyó un disparo seguido de un alboroto. El barbero dio la voz de alarma y señaló con el dedo al culpable, que corría entre las sombras de la furia. Pronto lo apresaron. El ayudante del sheriff descubrió el rostro que se ocultaba tras la gruesa tela. Era una mujer. Un murmullo de asombro recorrió las recalentadas calles. Era ella y sonreía feliz. La gente no se atrevía a hablar. Estaban viendo a un fantasma, o eso pensaron. La muchedumbre volvió a mirar a los condenados. Él ya había cambiado su nombre por el de exitus y su cuerpo ondeaba como la bandera de los caídos, con la soga cómo único anclaje. Cuando volvieron la vista, ella ya no estaba.

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