martes, 15 de diciembre de 2009

Sufrir

La mañana fría del nuevo día me trajo su angustiado rostro. Con la frente fruncida de añoranza por algo que no sabía si existía cogió sus bártulos y se apresuró a la vorágine del mimetismo obrero. La habitación vacía de esperanza y de sentimientos se quedó abierta a la soledad una vez más. Mientras, mis ensortijados pelos jugaban con el hueco de su almohada y mis manos repasaban sus contornos en el colchón. Hacía tanto tiempo que no hacíamos el amor, que se me olvidó como era. ¿Cómo era sentir sus labios sobre mi sedienta piel? ¿Cómo era enredar mi calentura con su húmedo deseo? ¿Cómo era despertarse y no ver tristeza en su quebrada faz? Quizás los motivos eran obvios para él, que su rutinaria vida había roto su ser. Para mí sólo era el reflejo de algo que le quemaba por dentro y que no se atrevía a decir con palabras, porque sabía que si lo decía todo encontraría su fin. Pero mis sufridos oídos deseaban escucharlas, en vez de esta pesadumbre. Y yo repetía en silencio "Por favor, dime que ya no me quieres y deja de hacerme sufrir".



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