martes, 12 de enero de 2010

Nunca Jamás




Se despertó por una suave brisa y se encontró a sí misma dormida sobre una fresca hoja. El rocío de la mañana la había bañado y tenía las alas mojadas y pegadas. En un movimiento largo y cansino desperezó sus músculos y su boca busco en un gran bostezo el aire que su mente necesitaba. Pasó las manos por sus ojos hinchados y trató de estirarlos en una mueca cómica para ver el nuevo día.

Vio el sol radiante, dominando todo el espacio. Se percató de los grandes árboles que se alzaban frente a ella y sonrió, pensando que tal vez lo que hace grande a cualquier criatura no sea su tamaño, sino lo que yace en su interior.

Batió sus alas en un vano intento de despegarlas y parte de aquel polvo estrellado cayó sobre la hoja donde había pasado la noche durmiendo, dotándola de un brillo casi deslumbrante. Volvió a sonreír contemplando el espectáculo.

Aquel hombre, que apuraba su paso, absorto en sus ideas, con su traje gris y su pelo y su cara pulcramente arregladas, no sabía que de un momento a otro su destino podía cambiar y que los recuerdos escondidos a veces encuentran rendijas por donde salir y ser de nuevo admirados.

Campanilla se asustó al comprobar la enormidad de aquel humano que se acercaba inexorablemente hacia ella, y se arrepintió de haber pensado que la grandeza de las criaturas no estaba en su tamaño. Por un momento tuvo miedo. Sus alas pegadas no eran muy buena salvación en aquel momento y los pies de aquel monstruo, que en otros tiempos pudiera haber llamado amigo, estaban más cerca de pisarla que de ofrecerle ayuda.

Corrió al sentir el roce de aquel zapato sobre la fresca hoja, y el posterior crujido cuando quedó bajo sus pies. Había faltado poco, pero ahora se encontraba delante del monstruo, tumbada sobre el suelo, sin posibilidad de escapatoria ante un nuevo paso.

Como si algo le sujetara , el hombre paró. Una extraña sensación, y vagamente familiar, le retuvo de continuar su paso, y su prisa y sus nervios se diluyeron en su mente como la bruma de la mañana desaparecía por el sol. El hombre miró hacia abajo y al fin la encontró.

Campanilla le miró entre asustada e intrigada. Aquel monstruo parecía poder verla y aquello era imposible. Pero la cara del hombre denotaba todavía mayor sorpresa. Es más en esa posición y en aquella postura, era realmente cómica, y Campanilla no pudo evitar reirse.

-¡Ey, tu! ¿De que te ríes? ¿Sabes que no está bien reírse de los demás?- dijo el hombre.

Campanilla paró de reírse avergonzada. Sabía que tenía razón, pero entonces se enfadó mucho. Había estado a punto de pisarla, y se dio la vuelta muy enfadada.

Una descarga eléctrica en aquel hombre, en aquel cerebro olvidadizo le sobrevino, y un recuerdo largamente olvidado le vino a su mente, y su cara cambió, pareciendo todavía más tonto.

-¿Eres tu, verdad? Si, me acuerdo. ¡Campanilla, dime que eres tú!

Campanilla se dio la vuelta y miró con nueva sorpresa a aquel desconocido monstruo. Había algo en aquel ingenuo rostro que le resultaba muy familiar. Batió sus alas, que por fin se despegaron y emprendió vuelo hacia su cabeza. El aire se llenó de polvo de estrellas dorado y brillante, que mecido por el batir de sus alas, adornaban el paseo de Campanilla. El hombre se quedó maravillado contemplándolo. Absorto en ese movimiento no advirtió como, poco a poco, los recuerdos regresaban a su cabeza.

-Campanilla, ¿no me reconoces? Soy Peter, Peter Pan.

El hada hizo un gesto de sorpresa. No podía creer que aquel monstruo fuera su otrora amigo, y dio una vuelta alrededor de su cabeza para realizar una inspección.

-¿Verdad que te acuerdas de mi? ¿Y de Nunca Jamás?

En esos momentos Campanilla se atrevió por fin a hablar.

-No, no me acuerdo de ti. Me resultas familiar, pero tu no eres Peter. Peter se fue hace mucho tiempo y jamás ha regresado a Nunca Jamás.

-Si, está bien, lo reconozco nunca volví, pero soy yo.

-No, tu no puedes ser Peter. Peter nunca crecería- dijo Campanilla aproximándose a sus ojos para verlo más de cerca.

-Si bueno, crecí, y me casé y tuve niños…..pero sigo siendo Peter.

-Entonces, ¿te gustará la diversión? ¿Y la risa? ¿Y serás feliz?

-Bueno…..- Peter puso cara de pena y de estar cansado- me acuerdo que me gustaba… y que alguna vez fui feliz.

-¿Lo ves? Tu no eres Peter. Eres un adulto, que vive la vida sin diversión, y no eres feliz.

-Tu no lo comprendes. La vida no es tan fácil.

-La vida es como quieras vivirla, Peter.

-Tienes razón, dijo Peter después de meditar esas palabras durante mucho tiempo. Está bien, quiero divertirme, quiero vivir la vida. Ayúdame Campanilla a regresar a Nunca Jamás. Juntos empezaremos de nuevo.

Campanilla se echó a reir.

-Ya no puedes, Peter. Tu tiempo ya ha pasado. No se puede estar en Nunca Jamás para siempre, y tu pareces ya haber elegido. Además tienes una familia que te necesita.

-Ya lo sé. Pero por un momento he recordado lo feliz que fui en Nunca Jamás y he deseado volver con todas mis fuerzas, sin importar lo que deje aquí atrás.

Campanilla se acercó a su cara y le dio un beso.

-Lo siento, Peter. Has de quedarte aquí.

-Pero…..

Y el hada remontó el vuelo, dejando una estela dorada. Y el hombre se quedó mirándola y pensando por qué dejo Nunca Jamás.

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