miércoles, 6 de enero de 2010

El Marques



-Ha de saber, mi joven amigo, que esto es un arte. Se ha de dominar la técnica y hay que tener el espíritu y el coraje para realizarlo.

-Si, pero, en este caso, me parece que está sangrando demasiado.

-No sea usted cínico, señor conde. Tanto usted como yo sabemos que nos encanta. No trate de disimular su inflamada libido, ni de escudarse en falsa condescendencia. Ni por supuesto apele a la decencia, ni a la honradez. Esas, amigo mío, las dejó usted a buen recaudo antes de bajar aquí.

-¡No trate de culparme por sus actos, señor marqués! Aunque reconozco que estaba ansioso y excitado por la idea de verle realizar sus quehaceres eróticos, y que al principio, incluso disfrutaba, estoy convencido que se ha pasado usted de la raya.

-¡Ja, ja, ja! ¿Qué raya? ¿Ésta que describo sobre esta piel blanca y desnuda al compás de mi látigo? ¿Ésta que traza mi lujuria con tinta rojiza? ¿Ésta que muestra a mi esclava su pueril interior, y nos ofrece la ofrenda de la sangre? Esa me pertenece únicamente a mí, y usted sólo es un mirón entre las sombras de su pecado.

-Hace ya bastante tiempo que la muchacha perdió el conocimiento y creo….que es hora de parar.

-No pensaba usted igual cuando me la trajo, cuando temblaba como una niña asustada mientras la ataba de pies y manos y rasgaba sus vestiduras. ¿Quién dijo que era? Ah, si, ya me acuerdo. ¿No era una aspirante a prometida suya? Incauta. Si creía que iba a salir de su declive financiero contrayendo matrimonio con usted, desde luego es que no le conoce ni la mitad que yo.

-¡Usted no tiene derecho a insultarme de esa manera! Y menos, viniendo de una persona como usted, famosa en todo el mundo por sus desvaríos carnales. Reconozco que la idea había ido creciendo en mi interior y que, tras conocerle en aquella recepción, la duda de si realmente sería capaz de hacerlo venció a mi honorabilidad. Pero ahora, no seré cómplice de un crimen semejante.

-¡Venga, aquí! ¡Tome el látigo y acabe el trabajo! Sienta el poder en sus manos, el deseo recorriendo sus venas al contemplar la sangre ajena. El sufrimiento, mi amigo, es el origen del placer. No están tan separados, como la gente pueda creer, sino están entrelazados como la vida y la muerte misma. Fluyen en su interior. Sólo hay que ser lo suficientemente valiente para guiarlos a la superficie. ¿Es usted un cobarde, señor conde?

-¡No diga insensateces! ¡Pare y desátela, o lo haré yo mismo, y, por Dios, le juro, que pagará por lo que haga!

-¡Vea cómo esta de excitado! Su miembro viril está en plena erección observando a su magullada muchacha. ¿No le gustaría poseerla también por la fuerza, aquí, indefensa, inconsciente y sangrando? Porque si no lo hace usted lo haré yo. ¡Ja, Ja, Ja! ¿Por qué calla ahora? Sabe que tengo razón. Acérquese. Frote su sexo con su cuerpo. Sienta el ardor de la carne y el goce de lo prohibido y pecaminoso. ¿Si le parece puede reanimarla con un cubo de agua fría?

-Está bien…..

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