martes, 19 de enero de 2010

El mojito




Era una noche de sábado como otras tantas. Mis amigas y yo solíamos ir de copas a una zona de pubs y cuando cerraban nos íbamos a una discoteca para seguir la fiesta. Ese día no me apetecía mucho salir pero los pendones de mis amigas me convencieron, diciendo que me buscarían a algún guapetón para mojar. Yo no estaba por la labor, aunque tenía el consolador bajo de batería. No podía evitar usarlo constantemente, era como una perra en celo y mi lujuria se había desatado esos últimos días. Así que me vestí discretamente, con unos vaqueros y una blusa, y decidí darle gusto a mis amigas, aunque la que buscaba el gusto fuera yo.

Fuimos toda la noche de pub en pub y mis amigas no dejaban de invitarme a copas, sin duda querían que me emborrachara. Yo cada vez sentía más calor y mi cuerpo se desataba en bailes pasionales al ritmo de música caribeña. En el último pub donde fuimos me fijé que había gente de color, solía ser un lugar donde los cubanos de la ciudad acudían a pasarlo bien bailando y tomando ron. Pasando por la puerta no pude evitar fijarme en un moreno que estaba junto a ella. Nuestros ojos se cruzaron un segundo y yo sentí un extraño fuego en la entrepierna. A pesar de ser alta, alrededor de 1,80 metros, su mirada cuadraba con la mia, y se quedó mirándome detenidamente.

Nos acercamos a la barra a tomar la penúltima copa y cuando estaba pidiendo sentí una mano en mi hombro. ¡Dios mío, era el! Me giré acalorada y haciéndome la dura le pregunté que quería.

-“Mira, peldona.”- su acento cubano me embriagaba-“Es que te he visto tan guapa y me preguntaba si querías bailar”

Su atrevimiento al mismo tiempo me molestaba y me excitaba. Me quedé mirando su cuerpo, se intuía bien moldeado bajo su ropa y le dije que no me interesaba. Mis amigas en seguida acudieron a preguntar. Me incitaron a ir con él, se alegraron de que hubiera ligado con aquel morenazo, pero yo no quise dar el paso, a pesar de que mi coño ya hacía rato que me lo estaba pidiendo.

Pusieron buena música y me dejé llevar. Bailaba alocadamente, sintiendo la música dentro de mí, no en vano, mis amigas dicen que bailo también que podría ser cubana. Y entonces le volví a ver, bailando. Sin duda había buenos bailarines en ese local, pero él destacaba por la sensualidad y erotismo de su baile. Me hice la despistada, pero mi coño estaba palpitando y mojado, y seguí bailando. Se dirigió hacia mí bailando, hasta casi estar a mi lado. Los dos bailamos solos pero con movimientos insinuantes. Entonces cambiaron la canción y me tomó de la mano para bailar con él. Yo ya no podía evitar la situación y comencé a bailar con él sensualmente. Mis amigas se quedaron mirándonos boquiabiertas. En mitad de la canción me di la vuelta y pasé mi culo respingón por su paquete, ya la tenía dura, y por primera vez esa noche pude comprobar lo grande que la tenía.

Acabamos el baile y se presentó. Yo también le dije mi nombre y le presenté a mis amigas. Nos comentó que tenía entradas para una discoteca de salsa y si queríamos ir. Mis amigas me miraron picaronamente y aceptamos. Fuimos cada uno por nuestra parte y yo no podía quitármelo de la cabeza. Como se movía, secretamente deseaba que follara igual de bien. Recordé el tamaño de su polla en mi culo y noté que mis bragas estaban completamente empapadas. Mis amigas no pararon de hacer comentarios jocosos sobre mi moreno nuevo amigo.

Ya en la discoteca tardamos un rato en encontrarnos, tiempo que aprovecharon mis amigas para endorsarme otra copa de ron. Pero cuando lo ví, me volví a dejar llevar por el ritmo de la música y me agarré a él desesperadamente. Bailamos pasionalmente. El aprovechaba el baile para tocar mis pequeños pechos, que asomaban discretamente entre mi blusa. Yo me arrimaba a él y rozaba con mi pierna su polla. Estábamos los dos muy cachondos. En un momento en que nuestras caras se juntaron me besó, abrió su boca y nuestras lenguas se buscaron furiosas.

-“Quielo haselte mia”- dijo, con su acento cubano, y yo me derretí.

Me tomo de la mano y me llevó fuera de la discoteca. La calle estaba solitaria a esas horas de la noche, todo el barullo se encontraba dentro de la discoteca. Mientras caminábamos hacía un callejón cercano nos íbamos besando. Sus manos rozaron mis pechos. Mi mano fue directamente a su polla. La tenía muy grande, como un negro la debe tener. Sí, me gustaban los hombres negros. Tan excitantes, con una buen rabo. Mis bragas estaban completamente encharcadas.

Cuando entramos al callejón de al lado, comprobamos que una farola estaba averiada y funcionaba intermitentemente. No pusimos debajo de ella y comenzó a tocarme el coño por encima de los vaqueros. Mis manos recorrían su pecho, mientras nuestras lenguas se agolpaban en nuestras bocas. Le sobaba el rabo por encima de los pantalones y le bajé la bragueta para hacerme dueña de ese rabo. ¡Madre mia! Cuando lo vi se me hizo el coño y la boca agua. Mediría cerca de veinticinco centímetros, aunque no llevaba nada para medirlo en aquel momento. Jamás había visto una polla tan grande y tan… negra.

Le empecé a pajear, primero despacio, mientras oía sus gemidos, y luego velozmente. El me bajó los pantalones y las bragas rápidamente, compulsivamente, casi rompiéndolos, hasta la altura de la rodilla, y me tocó el clítoris. Sentí un escalofrío y gemí y aceleré el ritmo de la paja que le estaba haciendo a aquella magnífica polla. El negro me metió un dedo, que entró muy fácilmente, y luego dos y hasta tres, que entraron con la misma facilidad, y empezó a pajearme. Estaba excitadísima y me corrí dando voces y gemidos. El lo notó y me miró sonriendo con cara de satisfacción. Entonces me empujó hacia el suelo y caí de rodillas. Me dolieron, pero no me importó porque me puso enseguida la polla en la boca. Era magnífica, no sabía si me iba a caber toda, pero aún así intenté meterme todo lo que podía. El gemía viendo la situación. Se la llené toda de saliva con la lengua, bajé hasta sus huevos y se los devoré con énfasis, mientras con la mano le seguía pajeando. Luego subí por todo el mango hasta su capullo y se lo succioné ávidamente. El parecía estar en otro mundo. Un mundo de placer, que le estaba proporcionando mi lengua. Seguí chupando su polla, arriba y abajo, intentando meterme lo que podía. Era preciosa, toda cubierta de saliva. Noté que ya no podía más y con un movimiento hizo que me detuviera. Me tomó la mano, me levantó y me empujó contra la pared. Me puse dándole el culo y el puso su polla en la entrada de mi coño. Yo, a pesar de haberme corrido, seguía excitadísima.

-“Métemela entera cabrón. Métemela ya.”- le grité

-“Como quielas, mi amol.”

Y de un solo golpe me la clavó hasta los huevos. Sentía mi coño totalmente lleno, imposible de huir de sensaciones contradictorias. Me dolía, pero era un dolor sumamente placentero. Sin previo aviso siguió metiéndomela, una y otra vez. Me estaba atacando por la retaguardia con una munición de pollazos, y mi coño se estaba volviendo como un río desbordado. Los movimientos eran cada vez más fuertes y notaba su polla perforándome las entrañas. En un momento de extrema excitación me cogió mi morena caballera y estiró de ella. Aquella, me puso más cachonda y noté que otro orgasmo estaba llegando. Grité como una loca.

-“Si, si, me corro, me corro. Estás haciéndome correr otra vez, negro cabrón”

El negro cabrón siguió dándome bien mientras me sujetaba el pelo y resoplaba como un caballo.

-“Si te estoy dando bien puta blanquita. ¿Te gusta que te folle un neglo, eh, puta?

Aquellas palabras me pusieron de nuevo cachonda, y no sabía si iba a ser capaza de correrme otra vez. Pero en mitad de este pensamiento sacó su polla de mi coño, que rebosaba flujo, y me hizo dar la vuelta. Con un fuerte movimiento me hizo agacharme otra vez, y mis doloridas rodillas se quejaron. De su rabo empezaron a salir rios de leche. El primero me dio en todo el ojo. Escocía. El segundo en el pelo. El tercero y el cuarto en la boca y la barbilla, y del resto perdí la cuenta, porqué cerré los ojos y me dediqué únicamente a disfrutar. Notaba su semen por todas partes y me encantaba, con la lengua iba recogiendo lo que podía y lo saboreaba en mi lengua. ¡Que delicia!

-“Ahí tiene tu leche blanca, puta. Disflutala”- decía el negro entre gemidos.


Cuando acabó de correrse el negro, abrí los ojos. Vi su polla resplandeciente, recubierta de leche, y quise probarla. Me la metí en la boca y se la limpié bien. Luego nos limpiamos y nos arreglamos y volvimos a entrar en la discoteca, donde nos esperaban mis amigas.

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