sábado, 9 de enero de 2010

La conquista




Me reúno frente a tus alborozados atributos, insólitos dominios de anhelos extinguidos. Y con la visión de una nueva aventura enmascarada de valiente hombría me acerco hacia ti, ofuscado por tu pávido aliento de mujer.

-Perdón señorita, ¿sería tan amable de apartarse para que pueda poner mi vida a sus pies?

Y me miras, colorada de fingida quietud, y tus labios son un sello de coraje e incitación, pero, enfrentándome al desaliento, me hundo en tu mirada.

-Por favor, sólo un momento en sus labios y la sombría carga de mi alma desaparecerá.

La presencia de mi ánimo no te amedrenta y tu sulfuro se mezcla con condescendencia y falsa prudencia.

-Y si las tinieblas acechan mi corazón sólo sé que a su lado la esencia de mi amor permanecerá.

Parece que las palabras se han colado por un recodo de un suspiro escondido tras la frialdad de tu rostro y te alzas derrotada y apabullada, mirándome sin más.

- ¿Cómo podría dejar este mundo sin que su espíritu se mezclara con el mío? ¿Cómo podría fingir este sentimiento que me arde por dentro y que debo prorrumpir?

Tu máscara se convierte en jirones yermos y la luz de tu risa ilumina mi hálito. Sé que el muro que nos separaba se ha convertido en ruinas rancias y que nuestra estancia se hará pronto plena con el comienzo del alba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Aullame o ladrame