lunes, 9 de agosto de 2010

Corazon torturador

Docenas de cadenas la envolvieron, a cada cual más fiera. Su cuerpo se estremecía. Su piel sangraba y en su prisión sólo sus gritos se oían.

Cada noche su carcelero entraba a contemplarla. Cubría su rostro tras una capucha y se dedicaba a alimentarla directamente de sus manos. Al finalizar le acariciaba la espalda y se marchaba, como entraba, sigilosamente.

Creyó que la felicidad era sólo un recuerdo de otra vida. Olvido incluso su nombre. Sólo las llagas le hacían resucitar el ansía por seguir viviendo.

A doce pasos de su eterna prisión la esperaba. Siempre presente y nunca visible, aguardando el momento en que ya no sintiera, en el que el dolor se esfumara. Pero ese instante se escabullía todas las noches cuando volvía a oírla, cuando volvía a verla.

¿Cómo podía su alma encerrar tanta ira? ¿Cómo si quiera podía llamarse humano después de lo que estaba haciendo?

Su peso y su voluntad fueron menguando y su cuerpo, antes deseable, se convirtió en un amasijo de piel y hueso, incapaces de evocar ningún deseo. Su voz casi fue desapareciendo. Su pelo se convirtió en una rala presencia. Sus manos, antes blancas y suaves, se llenaron de pupas moradas. Su cuerpo en sí, iba preparando el camino hacia su último momento.

Y entonces ya no sintió dolor. Y entonces, por fin, se apiadó de ella. Ya no le importó que le hubiera sido infiel. Ya no le importó que se hubiera reído de él. Ya no le importó que le hubiera convertido en un monstruo.

Cuando el alba llegó, la despojó de sus vínculos con el sufrimiento. La tomó en sus brazos y le mostró su rostro. Una mueca de sorpresa y de horror recorrió su cara un instante fugaz. Ya era demasiado tarde, su alma había emprendido el último viaje.

Y de sus ojos lágrimas brotaron. Y bañaron la cara de, en tiempos, su amada, y ahora torturada. La pena y la clemencia llegaron a destiempo, y ahora sólo le quedaba la autocompasión. Pero no lo soportó y decidió darse el castigo que necesitaba.

Cuando el sol ya estaba totalmente en el horizonte, su cuerpo yacía yermo sobre el de su amada. Un corazón torturado y torturador que impuso su cruel ley es todo lo que fue. Y los días se repitieron y los años pasaron mas nadie nunca llegó a entender el porqué de sus acciones.

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