viernes, 20 de agosto de 2010

El simulacro (tercera parte)


Ella tomó su pene en la mano y comenzó a frotarlo de arriba abajo, primero lentamente y luego fue tomando mayor ritmo. Rápidamente su miembro se puso erecto y el conductor comenzó a gemir con cada caricia.

La doncella bajó instintivamente su mano desde su boca hasta su pecho y lo acaricié sutilmente. El señor no perdía detalle de cuanto estaba aconteciendo y notó que su miembro tomaba la misma rigidez que la de su empleado.

Cuando puso los labios sobre el pene del conductor, un pequeño jadeo huyó por su boca, y aprovechó para mirar a sus espectadores, lo que hizo que, extrañamente, se excitara aún más. No parecía que fueran simples testigos, parecía que se envolvían del ardor que emanaba de sus cuerpos y se mezclaba enrarecidamente con el aire de la estancia.

El señor comenzó a tocarse el miembro por encima del pantalón de manera lasciva y procurando que ella se diera cuenta. La doncella, que permanecía alejada de los devaneos del señor, se tocaba los pechos cada vez con más violencia, hasta que uno de ellos saltó de su escote, dejándolo a la vista de los amantes.

Ella engullía el miembro del guapo empleado con una maestría propia de profesionales, mientras miraba directamente a los ojos del señor. Los jadeos del conductor iban en aumento y se empezaron a juntar con los de la doncella, incapaz de contenerlos, a la vez que pellizcaba sus pezones.

El conductor aprovechó la postura en que se encontraban para tocar su humedecido sexo. Ella no pudo ocultar un gemido, con su boca envolviendo su pene.

Cuando el conductor lamió el dedo que había introducido en sus sexo, el señor desbrochó sus pantalones y empezó a masturbarse sin disimulo. Ella y la doncella se dieron cuenta al mismo tiempo del descomunal tamaño del pene del señor. Ella pensó que no le extrañaba que se hubiera pasando toda la vida haciendo el amor con su mujer, y que se podría haber considerado afortunada por poder disfrutar de aquel miembro.

La mera visión del pene del señor hizo que se excitara todavía más, y queriendo huir de la visión y al mismo tiempo dar suelta a su excitación, se dio la vuelta y se puso a horcajadas encima del conductor. Éste pareció disfrutar del nuevo placer, y mientras ella parecía cabalgarle salvajemente, el guapo y fortuito amante masajeaba sus pechos con devoción.

La doncella ya no perdía detalle del movimiento de la mano del señor sobre su pene y sin apenas pensar en lo que hacía se arrodilló junto a él y dispuso sus pechos junto a aquel gigantesco pene.

El señor se sentía más excitado que nunca. Dejó de tocar su miembro y lo introdujo entre los pechos de la doncella que gimió casi tanto como si lo hubiera introducido en su ya húmedo sexo.

Ahora los jadeos de todos se mezclaban en aquel coro de placer. Aquel simulacro se había transformado en algo que nadie esperaba, o tal vez, en lo más profundo de sus ocultos deseos, sí.

Ella cabalgaba sobe el miembro de su amante casi con locura. El retenía su eyaculación en el fondo de sus testículos. La doncella imponía su propio ritmo a sus pechos, mientras su cara se desencajaba por el morbo y la lascivia. El señor gemía y se retorcía en su butacón frente al placer que estaba recibiendo.

De repente notó que ya no podía más y dando rienda suelta sus emociones se dejó caer sobre su amante mientras que aquel maravilloso orgasmo la dominaba por completo. El conductor tomó sus nalgas y las abrió bien con sus manos para proceder a continuación a volver a taladrarla con su pene.

El señor no paraba de gemir frente al espectáculo que estaba presenciando, frente al batido de pechos sobre su pene, frente a la apertura al deseo de aquel sexo.

El conductor no pudo retenerlo más y un río de semen inundó las entrañas de aquella muchacha, contratada para una ultima voluntad y apresada por su propio deseo. Uno, tras otros los espasmos del aguerrido joven la inundaron con el fluido de la vida, y se sintió satisfecha y feliz de haber aceptado aquel simulacro.

Los ojos del señor parecieron tornarse amarillos. Sus venas engrosaron en su cara y su tono de piel se convirtió en un morado pálido. La doncella se dio cuenta enseguida que el momento había llegado y levantándose casi de un salto se acercó a la cama.

-¡Rápido, es el momento! El señor se está muriendo.

-¿Qué, ahora?- preguntó ella.

Pero una leve mirada al butacón le hizo darse cuenta de que hablaba en serio. Así que sea alzó de la cama y, con el semen del conductor saliéndose de su interior y resbalando por su entrepierna, se sentó encima del señor y de un solo golpe aquel monstruoso falo inundó su sexo.

Parecía todavía más duro que lo había visto y casi le dolía. Pero utilizando el semen que todavía se hallaba en su entrepierna como lubricante pudo empezar un vaivén, suave al principio, que fue acelerando hasta límites insospechados.

El señor, entonces, volvió otra vez a gemir y a jadear. Sus manos, moradas y con las venas a punto de estallar, tocaron sus pechos y estrujaron sus pezones. Ella volvió a sentir que otro orgasmo empezaba a surgir y que pronto encontraría el camino hacia la superficie.

La doncella aprovechó que el conductor seguía excitado por lo que estaba contemplando y su pene se erguía todavía orgulloso, para deshacerse de sus bragas y sentarse sobre su falo, para cabalgarlo como ella lo había cabalgado antes.

Pasaron solamente unos pocos segundos hasta que ella notó como volvía a ser inundada de semen, esta vez del señor, y hasta que ella misma alcanzaba su segundo orgasmo, y hasta que el conductor volvió a eyacular, y hasta que la doncella, por fin, pudo lograr su ansiado placer.


Y una vez que la tormenta había pasado, que todos se encontraban exhaustos, ella levantó la cara del pecho del señor, donde se había dejado caer, y comprobó que éste ya no se encontraba en este mundo. Había fallecido con una sonrisa en su boca, quizás recordando a su amada mujer. Ahora, tal vez, podrían encontrarse nuevamente para seguir amándose por toda la eternidad.

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