lunes, 23 de agosto de 2010

El simulacro (cuarta parte)



El día del entierro el sol resplandecía por donde la vista pudiera abarcar, y a pesar de ello, fue un día triste. Tal y como dejó escrito es su ultima voluntad fue enterrado bajo un gran roble que dominaba una colina, muy cerca de la mansión familiar, y donde el señor pasó la mayoría del tiempo desde que su esposa falleció. De hecho, ella se encontraba presente, en la tumba de al lado.

La doncella lloraba desconsoladamente, aunque ella no podía apartar de su mente la imagen del gran pene del señor entre sus pechos, cada vez que la volvía a mirar. El ama de llaves se encontraba compungida y cabizbaja. Había sido toda una vida al servicio de los señores y ahora el final de una etapa la sacudía como el viento del otoño a aquel árbol.

Y el resto del grupo se cerraba con el párroco del pueblo y la nueva inquilina de la casa, cuyo periplo por la misma había sido corto pero intenso. En realidad ella no se encontraba triste. Sentía pena y lástima por el señor, al que a penas había llegado a conocer, pero algo que ya sabía desde el la primera vez que habló con él.

El oficio también fue corto. Los presentes despidieron al párroco y volvieron paseando al interior de la mansión.

-Lo siento mucho. Ha ocurrido todo tan de repente. Esperaba que este momento se postergara lo máximo posible- le dijo ella a la doncella, bajando la colina.

El alma de llaves las había adelantado y les había permitido tener una conversación más privada.

-Si, desde luego- dijo entre sollozos la doncella- Ojalá pudiéramos haber disfrutado de él unos meses más. ¿Qué vas a hacer a ahora?

-Pues no sé. Creo que tomaré el pago de mis servicios e iniciaré una nueva vida lejos de esto, lejos de todo…lo que fui. Quiero cambiar. Hacer cosas distintas y no tener que preocuparme durante una temporada de cómo ganarme la vida.

La expresión de la doncella cambió y la miró asombrada. Sus lágrimas pararon y en su boca se formó una contestación.

-¡Vamos, apresúrate! Tenemos muchas cosas que hacer- gritó el ama de llaves desde delante.

La doncella se quedó con las palabras asomando por la comisura de sus labios y solo se aventuró a decir con voz baja

-Luego hablaremos.

Y aligeró el paso para alcanzar al alma de llaves.

Para cuando llegó a la entrada de la casa comprobó que el conductor estaba entrando en el aparcamiento con la extraña caravana. Al pasar a su lado le sonrió pícaramente. A ella le causó vergüenza y bajó la cabeza, aunque notó un pulso en su sexo.

La comida fue incómoda, taciturna, fría e insípida. Los ojos del ama de llaves se clavaron en los de ella la mayoría del tiempo; hasta que llegó el momento del postre.

- Creo que debería considerar que su presencia en esta casa ya no es necesaria- dijo el ama de llaves cortantemente.

- Tiene usted razón. En cuanto reciba mis honorarios emprenderé mi marcha- respondió ácidamente ella.
La doncella paró de comer y se quedó expectante.

- No sé de que honorarios está usted hablando. En lo que a mí concierne usted solo era una invitada del señor.

Por un momento la ira se apoderó de ella, pero la contuvo en el vestíbulo de las buenas formas.

- El señor y yo teníamos un acuerdo, al cual yo atendí, como pactamos, por el cual se me abonaría una suma, digamos, considerable y únicamente cuando se me haya abonado abandonaré esta casa.

- Mira, putita de altos vuelos, si no te vas esta misma noche llamaré a la policía- respondió gritando el ama de llaves, después de ponerse en pié.

-¡Vieja bruja! ¡Seguro que estás rabiosa por que a ti no quería follarte!- dijo ella intentando liberar su impotencia.

Tras lo cual se marchó a su habitación y comenzó a llorar y a compadecerse por su fortuna. Al poco tiempo la doncella acudió para su consuelo. Se enjugó las lágrimas, acalló su resuello y la recibió como una hermana. A pesar del momento la imagen del pene del señor entre esos pechos le volvió a la mente.

-Perdona, pero antes de que digas nada hay algo que tengo…necesito contarte- dijo la doncella.

-En realidad el ama de llaves no es que no quiera pagarte, es que no puede. He de confesarte que el señor estaba casi en la ruina. Había ido dilapidando su fortuna con los años y lo único que queda es un pequeño remanente para los gastos corrientes de la casa.

Ella se quedó sin habla. No comprendía que había sido engañada y tampoco sabía la profundidad de dicho engaño…hasta el momento. La doncella continuó la historia.

- Todo empezó con la primera. Sí, no te sorprendas. Hubo otras antes que tú. Al principio el señor sólo quería despedirse de este mundo con una sonrisa en la boca, pero se le ocurrió la idea del simulacro. Y entonces todo cambió. Se excitó de tal manera que consiguió canjear la fidelidad a su esposa por la pasión más mundana. Así fue como poseyó a la primera…

- No me lo puedo creer. Soy una ingenua.

- Después hubo muchas otras. Primero las engañaba con la excusa que utilizó para engañarte, luego las poseía y luego las despedía alegando que no habían sido de su agrado.

-Soy una tonta, una puta tonta- sollozó- ¿Y tu cómo sabes todo esto?

La doncella se enrojeció un instante.

- Al principio me limitaba a espiar, pero una vez que el señor me sorprendió, me tomo para sus juegos sexuales. Sí, fui su testigo ejemplar, y participé muchas veces en numerosos simulacros.

- Me habéis utilizado. El señor ya está muerto, pero ojala te murieras tú ahora mismo- gritó ella y rompió a llorar.

Y la doncella se quedó cabizbaja. Y la culpa se apoderó de ella, como el deseo lo había hecho anteriormente. Y la pena que la afligía llenó la estancia.

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