sábado, 14 de agosto de 2010

El simulacro (primera parte)


- ¿Está segura que ha entendido las condiciones de nuestro acuerdo?- preguntó ansioso.

- Sí, por supuesto.

-Pues entonces a partir de mañana puede usted mudarse. Su habitación ya está preparada. La doncella y el ama de llaves le proporcionaran cuanto necesite. La espero a primera hora. Ya sabe que cada segundo es importante.- le comentó con semblante serio

-No hace falta esperar hasta mañana. Tengo la maleta en el coche. No es muy grande. No suelo viajar con mucho equipaje…- y en su voz se notó una mezcla de nostalgia y angustia.

La habitación no era gran cosa, pero era lo mejor que había podido conseguir en meses. Un techo seco y un plato de comida caliente era todo lo que necesitaba.

El ama de llaves la miró despectivamente, mientras le indicaba las normas de la casa. Parecía mentira que aún permanecieran casi intactos edificios como aquel. Debía ser por lo inhóspito del paisaje, o tal vez, por el cuidado del señor del lugar, auténtico artífice del aquel milagro.

-¿Eres tu la que…?- una voz joven irrumpió en la habitación sin avisar.

La doncella la miraba asombrada, conteniendo una tímida sonrisa en sus labios.

-Sí- dijo bruscamente.

No sentía vergüenza por lo que iba a hacer, pero no estaba dispuesta a que nadie la juzgara por ello.

La noche fue fría, como el lugar. La cena caliente no llegó a calentar su espíritu como esperaba, pero aguardó al alba para poder respirar de nuevo.

Aquel primer día no fue especialmente duro. Acompañó al señor a su rutinario paseo matinal después de desayunar. Después fueron al pueblo.

El protocolo impuesto por su acuerdo les obligaba a ir en aquel extraño vehículo, más cercano a una caravana que a un coche de lujo. Pensó que el conductor era guapo, y que, en otras circunstancias, podría haber jugado a la rueda del amor. Quizás en otro momento, quizás después de…

- Señorita, ¿puede venir a mi habitación?- fue el escueto ruego que recibió esa misma noche.

Era una habitación muy grande y, al mismo tiempo, transmitía una tristeza sobrecogedora. El retrato de su difunta mujer, en el centro de la estancia, dominaba todo el lugar.

-Discúlpeme si la incomodo, pero me ha surgido una duda que, creo, debemos aclarar cuanto antes.

-Usted dirá.

-Se me plantea la cuestión de si, llegado el caso, será capaz de actuar rápidamente. Piense que puede ser cuestión de segundos.

Tras unos segundos en que se debatió entre la cordura de su permanencia o la locura de una salida fuera de tono, venció lo segundo.

-¿Está usted dudando de mi….profesionalidad?- preguntó encolerizada.

- No, por favor. No se lo tome a mal, pero creo que en este caso está justificado. Es más, estaba pensando que podíamos hacer una prueba del protocolo. No está de más estar preparados y considere que un simulacro siempre se realiza en casos de emergencia.

No podía creer lo que estaba escuchando. Pensó que claramente se estaba extralimitando y que aquello no estaba incluido en el trato, pero rápidamente ideó una forma de sacar provecho de la situación antes de enfurecerse.

-Considero adecuado la realización de un simulacro, pero, dado su estado de salud, creo que sería más conveniente su realización por una persona que pudiera dar fe de mi actitudes de una manera más… imparcial- dijo socarronamente.

El señor se quedó petrificado y ocultó una indignación creciente en su rostro. Sacó una pastilla de un bolsillo de su bata y la engulló, ayudado por un vaso de agua que había en una mesita cercana. Ella sonrió ligeramente al pensar que había devuelto el golpe.

-¿Y había pensado en alguien para tal menester?

Aquella no era la reacción que estaba esperando, pero de repente la imagen del guapo conductor acudió a su mente.

-Sí. Me parece que el chauffeur es el único hombre de la casa, a parte de usted, y dado, su evidente buena condición física podría cumplir adecuadamente ese cometido.

-¡Que desfachatez! ¡Con el chauffeur!- el señor no pudo contener más su ira, pero rápidamente se calmó.

-Está bien- continuó hablando- pero para cerciorarme me gustaría estar presente en el simulacro.- y concluyó con una sonrisa en su boca.

- Me parece justo. Pero creo que también debería acudir otro testigo para asegurarse que el procedimiento es totalmente imparcial. ¿Quizás la doncella?

El señor se quedó refunfuñando entre dientes, pero el trato estaba zanjado y pactado para la noche siguiente.


La noche se abrió camino lentamente y, a pesar de que el día se planteó lleno de actos, el simulacro rondaba su cabeza cansinamente. ¿Cómo podría haber aceptado semejante trato?

A la hora pactada el señor aguardaba en su habitación, sentado en un butacón frente a la cama. La doncella, nerviosa, se apoyaba en la butaca y trataba, inútilmente, de no comerse las uñas.

-Buenas noches- saludó el señor- El chauffeur acudirá enseguida. Puede ir usted preparándose.

Nunca pensó que estaría a punto de hacer eso. Se deshizo de su falda y de su blusa y las colocó en una silla junto a la butaca del señor. Éste pareció sorprendido, y a la vez, agradado por la visión de su juventud.

Terminó desabrochándose el sujetador y lanzándolo a la silla. Sus grandes pechos saltaron enseguida, agradecidos por su liberación.

El señor se quedó con la boca abierta admirando, una vez más, su cuerpo. La doncella dejó de comerse las uñas y a pasar sutilmente la lengua por la yema de sus dedos.

Finalmente se deshizo de las bragas y se tumbó en la cama. Su sexo, desnudo y depilado, apareció ante la ojos de los presentes. Curiosamente no se encontraba inquieta, si no, que empezaba a notar una extraña excitación, creciente, en su entrepierna.

Sin que nadie se percatarse de su entrada, el conductor saludó. Dejó la gorra encima de la silla, justo encima de sus bragas. Lentamente se desabrochó la camisa y dejó a la vista su espléndido torso. Sus músculos se le notaban bien marcados. Su pecho, depilado, incitó directamente el deseo en el sexo de ella, que se mojó de inmediato.

La doncella comenzó intuitivamente a introducir un dedo en su boca y a lamerlo como si fuera un pene. El señor comenzó a ponerse rígido en su butaca. Una tímida gota de sudor se atrevió a resbalar por su frente.

El conductor acabó de desnudarse dejando a la vista un pene de tamaño considerable, y se tumbó junto a ella en la cama. En aquel momento recordó por qué se encontraba allí.

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