lunes, 16 de agosto de 2010

El simulacro (segunda parte)



Un escueto anuncio en el periódico fue su primer contacto. “Hombre enfermo necesita mujer joven para último deseo.” Lo que le llamó la atención del anuncio fue su decoración, casi decimonónica. Una filigrana remataba el texto, y lo diferenciaba del resto de la sección de contactos.

En la entrevista comprobó que era un hombre distinguido.

-Perdón, señorita, pero creo que la pondré en antecedentes. Espero que no se ofenda por las palabras que le voy a decir, pero no son nada más que la realidad de una vida, dedicada por completo a una persona y al amor. Mi mujer falleció hace relativamente poco tiempo. Como podrá apreciar en este retrato era una persona realmente atractiva, incluso hasta sus últimos momentos. Yo estaba profundamente enamorado de ella. Podría decir que desde el mismo momento en que la ví. Cuando nos casamos era otra época y las formas había que respetarlas por encima de todo. Pero notamos una fuerte pasión entre los dos. Pronto descubrimos que no solamente era amor. Nuestros cuerpos se incitaban con cada leve roce y fuimos descubriendo el sexo como algo natural. ¡Que recuerdos acuden a mi mente! Cada día era un nuevo descubrimiento, un nuevo amanecer a los placeres de la carne. Hacer el amor se convirtió en el motor de nuestras vidas, hasta el punto que siempre que podíamos lo hacíamos. Sus caricias en mi piel….- su narración paró y retuvo un nudo en la garganta y contuvo una furtiva lágrima- Bueno, no me gustaría ser cansino. En definitiva amé a mi mujer en cuerpo y alma cada día que estuvimos juntos. Lamentablemente fue arrebatada de mis brazos por una extraña enfermedad, de la cual no se conoce cura, y aunque no presenta síntomas evidentes sus efectos son fulminantes. Su extraño final llega hasta el punto de encontrarse bien y en pocos minutos perecer.

-¡Que pena! Su historia parece tan bonita.

-Y lo es, de hecho. Pero no la he traído aquí para contarle su historia, si no para contarle la mía. Como quiera que el destino y la fatalidad se unieron bajo las paredes de esta casa, y la muerte encontró un atajo hasta mí, pues, aunque esta extraña enfermedad no es absoluto contagiosa, me encontré padeciéndola yo mismo. Quizás estábamos predestinados a encontrarnos y vivir y morir juntos.

- Oh, lamento oír eso.

- Aprecio sus condolencias, pero mi mente ya ha aprendido a aceptar lo inevitable. Es más, estoy preparado. Los médicos me han confirmado que ya he superado mis expectativas de vida, y que, al igual que mi mujer, la parca vendrá a por mí en cualquier momento.

- ¡Cuánto lo siento! Entonces… ¿qué último deseo tiene?

-Bien, me alegra que lleguemos a este punto, pues es el verdadero objeto de esta pequeña reunión. Como en vida siempre disfruté del sexo en cada día que pasé con mi esposa, quería despedirme de este mundo con un último momento de placer, con una última comunión con el universo. Un paso de lo terreno a lo divino imaginándome que estoy con mi esposa una última vez.

-Pero, oiga, ¿que se ha creído que soy?- preguntó indignada.

- Lamento que se lo tome como lo que no es y que no haya ido al grano con anterioridad. Nunca le fui infiel a mi mujer, jamás. El amor que nos profesábamos era tan grande que no nos hizo falta buscarlo en otros lugares. ¿Cree usted que sólo busco el placer de un momento? Si quisiera eso podría buscar cualquier prostituta, que me costaría sensiblemente menos. Y vuelvo a disculparme si cree que la estoy comparando con una. Busco una persona con la que compartir un último momento, como los momentos que compartí con mi mujer. Y en el instante que miré su fotografía sentí algo que me hizo creer que con usted podría obtenerlo. Lamento si he malgastado su tiempo, pero creo que usted dispone más ahora del que yo dispongo. El ama de llaves la acompañará a la puerta.

- Perdón por mi actitud, pero es una proposición sumamente extraña. Reconozco que en estos momentos mi situación económica está pasando por un bache y que el dinero me vendría muy bien…

-Piénseselo, por favor. Y hará feliz a este pobre viejo. Pero no tarde mucho, ya sabe que mi tiempo se acaba. Los últimos granos de arena de mi reloj se escabullen con cada instante que perdemos hablando.

-Está bien. Creo que aceptaré su proposición.- contestó tras unos segundos pensándolo.

-Ah, perfecto. Muchas gracias. Ahora le informaré de los pormenores de nuestro pequeño acuerdo….

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Aullame o ladrame